Siempre he tenido un gran interés por la
traducción. Valoro a quienes se dedican a tal oficio con ganas de hacerlo bien.
Además, traducir es mucho mejor ejercicio para un escritor que el mentado
periodismo. Comparo versiones de textos y me emociono o desilusiono tal como a
otros les ocurre mirando algún deporte. Me da erisipela toparme con ciertas
pifias. Algunas son de lenguaje; otras, meros vacíos de cultura general. En una
novela que leía esta semana, Best
Western Motels se convirtió en “los mejores moteles del Oeste”. Con tal
criterio, una Apple Store sería una tienda de manzanas. Más adelante, se
hablaba de los Pueblo Indians,
y el traductor los convirtió en “indios de aldea”, sin
que algún editor captara los gazapos.
Suele ocurrir que entre mejor sea la prosa de un
autor, peor le va con las traducciones. La versión al inglés de Pedro Páramo pierde buena parte
de los matices. Las conocidas primeras líneas del original, dicen así: “Vine a
Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre
me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”.
La traducción de Margaret Sayers Peden,
readaptada al español por mí, dice: “Vine a Comala porque me habían dicho que
mi padre, un hombre llamado Pedro Páramo, vivía allá. Mi madre me lo dijo. Y yo
le había prometido que después de que ella muriera iría a verlo”.
Aunque comienza con el mismo “Vine a Comala”, para
Sayers Peden, el narrador “irá” a ver a su padre, que vive “allá”, cuando el de
Rulfo ya está “acá”. Además, “un tal” se vuelve “un hombre llamado” y la
inmediatez del “en cuanto” se vuelve un impreciso “después”.
Luego, Rulfo nos escribe el parlamento de la
madre: “No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a
darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”.
Según Sayers Peden, dijo: “No le pidas nada. Solo
lo nuestro. Lo que me debió haber dado, pero no me dio… Hazlo pagar, hijo, por
todos esos años que nos dejó en el olvido”.
Las últimas diez palabras del original son
contundentes. Memorables. Tanto así que “Cóbraselo caro” es el título de una
novela–homenaje a Rulfo de Élmer Mendoza. Ni por asomo la versión en inglés tiene
tal fuerza. Donde además “un rencor vivo” se convierte en “bilis viviente”.
Como último ejemplo, menciono otra frase
golpeadora del primer capítulo. El arriero dice: “Yo también soy hijo de Pedro
Páramo”, lo cual cambia misteriosamente en inglés a “Pedro Páramo también es mi
padre”. Biológicamente son frases equivalentes. Literariamente, no.
Más allá de considerar las posibilidades del
inglés y el español, o de juzgar mis propias traducciones literales, puse estos
ejemplos en los que Sayers Peden cree saber mejor que el propio autor lo que se
debe decir.
Además preferí hablar sobre la traducción de Pedro Páramo al inglés que de la
de Don Quijote al español, lo
cual parece una mala broma de Andrés Trapiello. No tuve hígado ni para terminar
de leer su primer capítulo, en el que cree universalizar la obra de Cervantes
con gachupinismos, y además muestra poderes para leer la mente del difunto manco
de Lepanto al convertir un “sayo de velarte” en un “sayo de velarte negro”.
En fin, hay cirujanos plásticos que desfiguran
rostros perfectos.
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