viernes, 26 de junio de 2015

Condenados a la hipocresía


Las encíclicas papales suelen ser aburridas. Igual que los ensayos académicos, no van al grano, sino que traen a cuenta mil citas que respalden las ideas que se exponen. La reciente Laudato Si, en la que el papa Francisco se ocupa del respeto al medio ambiente, es especialmente tediosa. Se ve que los padres de la iglesia ya no estudian retórica.

En sus primeras páginas dice el papa que asumirá “los mejores frutos de la investigación científica”, pero el texto termina por no recurrir a la ciencia y apenas alcanza el nivel de un texto escolar. Cualquier cita bíblica donde se hable del Sol, la Tierra o algún animalito se transforma en prueba irrefutable de que Dios nos solicita actuar por el bien de nuestro planeta.

Por ejemplo, el pontífice asegura que Jesús invita a reconocer la relación paterna que Dios tiene con todas las criaturas, cuando dijo: “¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios”. Pero no aclara que esos cinco pajarillos estaban destinados a que se les torciera el cuello en el templo. Jehová amaba que rociaran su altar con sangre de inocentes animales. Tan solo para inaugurar su templo, Salomón mandó sacrificar veintidós mil bueyes y ciento veinte mil ovejas.

El cataclismo del diluvio, que resultó más destructivo que cualquier calentamiento global, por supuesto no fue capricho de Jehová sino castigo bien ganado por los hombres.

Así las cosas, la encíclica llega a su clímax científico con descubrimientos como: “Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros”.

Hace una larga lista de problemas, entre los que evita mencionar la sobrepoblación, tan auspiciada por la iglesia; e incluso miente al apuntar que “el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario”.

Sobre todo critica el consumismo y la utilización de combustibles fósiles, sin que se perciba en el Vaticano la intención de predicar con el ejemplo. ¿Ahora el papa usará una modesta túnica de algodón? ¿Qué hay de los zapatitos rojos de su predecesor? ¿Dejarán de traerle churrascos desde la Argentina? ¿Va a pasar frío en invierno y calor en verano? ¿Van a instalar celdas solares sobre la basílica de San Pedro? ¿Seguirá coleccionando todos los regalitos que le traen la multitud de visitantes? ¿Dejarán de promover los viajes a Roma y Tierra Santa porque se consume petróleo? ¿Andará a pie o seguirá usando su papamóvil de ocho cilindros?

Poner el ejemplo no es cosa de la Santa Sede. El Vaticano consume más energéticos y genera más basura per cápita que el promedio de los mortales. Por eso la encíclica papal es el gordo aplastado que dice “sería bueno hacer ejercicio”. Es un intento por darle a la Biblia un carácter verde que no tiene. Sus autores estaban interesados en el calentamiento de las gónadas, no en el global.

Desde que Pedro murió crucificado patas arriba, todos sus sucesores han estado condenados a la hipocresía; aunque algunos sean más simpáticos que otros. Por eso la mayor mordedura de lengua en Laudato Si se da cuando Francisco dice: “Habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones”.


A partir de ahora el papa no solo contradice una fe, también una encíclica.

sábado, 13 de junio de 2015

Un mundo feliz


Ahora que el FBI comenzó a rascarle al asunto que ya todos conocíamos sobre la corrupción de la FIFA, tuve una visión futurista. Una visión muy feliz.

Blatter convocó a nuevas elecciones, pero muchos de los delegados no se atreverán a presentarse otra vez en Suiza, país que ya en el caso de Polanski había prestado su brazo judicial a Estados Unidos. Veremos más renuncias en el corto plazo y directivos que se mostrarán indispuestos a viajar por fingidos motivos de salud.

La visión feliz comienza cuando se desmorona la FIFA. Pierde sus patrocinadores. Se acaban los mundiales de futbol. Las ligas nacionales se convierten en torneos llaneros. Las televisoras dejan de ganar miles de millones de dólares y los televisores se vuelven aparejos inútiles.

Entonces, como aquel pez milenario que asomó su cabeza fuera del agua y se mutó en anfibio, uno de esos futbolfílicos se cansa de ver la pantalla apagada y decide asomar su cabeza en una librería. Luego son hordas las que sufren la misma evolución. No por selección natural, sino por selección libresca, el homo futbolensis se transforma en homo sapiens.

De pronto, deja de importar el entrenador de la selección nacional. Importa quién dirige la SEP. Ante la falta de resultados educativos, la gente protesta. Los comentaristas en los medios piden con suma iracundia la cabeza del secretario de Educación.

En los bares se discute acaloradamente sobre el último Premio Nobel de Literatura. Cuestionan si John Banville merecía el Princesa de Asturias. Dan sus favoritos para el Premio Cervantes. En las paredes no hay banderines de los equipos sino inscripciones con versos de Paz y Vallejo. En las paredes tampoco hay televisores. La gente conversa.

El famoso draft de jugadores ahora se realiza en la Feria del Libro de Guadalajara. Los periódicos tienen encabezados como “Fadanelli firma contrato con Tusquets” o “Mario Bellatin vestirá los colores de Sexto Piso” o “Echan a Eduardo Antonio Parra de Era por presentarse ebrio a una firma de libros”. Los medios hacen constantes reportes sobre los mexicanos que publican en Europa. Algunos mejor sellers que otros, pero ninguno en la banca. El ideal no es jugar para el Barcelona o el Real Madrid, sino para Gallimard o Feltrinelli.

No estamos pendientes de las opiniones de José Ramón Fernández, sino de las de Christopher Domínguez Michael. La revista TV y Novelas pasa a ser Libros y Novelas; en su portada aparecen las siempre bellas escritoras mexicanas en toda su sensualidad. Por pura nostalgia, Jorge Volpi publica En busca de Klinsmann. El dios de Juan Villoro pierde su redondez. Los estadios de México se llenan con los poetas, como sucedió cuando vino Yevgueni Yevtushenko en 1968. Las barras bravas son barras letradas y se agarran a golpes entre los xaviervelazquistas y nachopadillanos.

Sin titubear, los presidentes hablan de los treinta libros que más les influyeron. No solo pronuncian Jorge Luis Borges sin dificultad; también declaman alguno de sus poemas. Además, abanderan a la delegación de escritores mexicanos cada vez que parte a una feria del libro. Los desvíos de fondos son para financiar las universidades. La compra de votos se hace con monederos Gandhi. A la primera dama la pillan gastando una fortuna en cierta Barnes & Noble de Nueva York.

You may say I’m a dreamer, but I’m not the only one…

sábado, 6 de junio de 2015

Príncipe extranjero


Hubo una época en que las ladronerías de los políticos se hacían en lo oscurito, cruzando los dedos, y ojalá nadie se diera cuenta. Ahora es todo lo contrario. Parece que se dieron cuenta de que el buen éxito de la corrupción radica en realizarla en todos los niveles, a manos llenas, haciéndola evidente cada día, ventilándola en la prensa. El chiste es que cada día se destapen al menos treinta nuevos fraudes o desfalcos por parte de los gobiernos federal, estatales o municipales; con constructoras, arrendadoras, bancos, cajas de ahorro, bienes raíces, restaurantes, hoteles, todo negocio imaginable. Ahí se suman los partidos políticos, los empresarios, los sindicatos, las federaciones deportivas, las iglesias, las universidades y la lista no se acaba.

Hay que multiplicar los delitos para que sobrepasen la capacidad de los jueces, los cuales comoquiera son también parte del sistema de injusticia. Multiplicar los escándalos para que la prensa no posea la capacidad de darles seguimiento, pues ni tiene tantos periodistas ni puede un periódico publicarse con quinientas páginas diarias.

De vez en cuando algún asunto merece atención especial, ya sea por el alto rango de los implicados, como la casa blanca y la de Videgaray; o porque no es un hecho meramente monetario, como el harén del rey de la basura; o por su estratosférica suma, como el moreirazo o el medinazo. Pero ni en esos tres ejemplos hay seguimiento o justicia o, al menos, restitución del daño.

Con esta secuencia de escándalos hasta podría interpretarse que existe una estrategia de tapaderas. Si el señor presidente es vapuleado por una propiedad que huele mal, llama a uno de sus secretarios para que filtre a los medios que él también tiene una. El secretario, a su vez, se comunica con un gobernador, para que haga evidentes sus raterías; y el gobernador solicita que se descubra el desfalco de un alcalde. Cuando parece que se llegó al fin del escalafón, entonces aparece un escándalo sexual. Ya cuando se sienten atrapados, piden a un funcionario de poca monta que mande un tweet misógino. Los únicos intocables en esta secuencia son los candidatos propios en época electoral.

A los políticos ya no se les ataca a periodicazos; antes bien, ellos tienen una mano larga que llega hasta los medios de comunicación. Tampoco se les acota con la ley, porque la separación de los tres poderes solo existe en los libros de texto. Ya no se les coacciona con la verdad, pues hace mucho que perdieron la vergüenza. Ya ni siquiera se cruzan los dedos para que tengan buen juicio, porque eso es pedirle peras al olmo.

Cuando veo tanta rapiña, tantos candidatos que vienen a solapar y superar a sus antecesores, no me parece tan descabellada la idea que tuvieron ciertos mexicanos allá a mediados del siglo diecinueve: traer un príncipe extranjero, un Pepe Mojica, un jefe de estado nórdico, un primer ministro que sepa vivir con su salario, un descendiente de samuráis.

Sí, alguien dirá que eso es traición a la patria, ¿pero entonces cómo llamarle a lo que están haciendo esa bola de rateros desde sus sillitas del poder?