viernes, 27 de marzo de 2015

El libro de la sabiduría

Entre las treintaitantas parábolas que se adjudican a Jesús el Nazareno, hay una que aparece solo en el Evangelio de Lucas. Difícilmente se escucha en las lecturas dominicales, pues es bastante espinosa y resulta complicado hallarle una moraleja edificante. La copio aquí abajo textualmente, de la versión RVA 1960:

“Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes. Entonces le llamó, y le dijo: ‘¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo’.

“Entonces el mayordomo dijo para sí: ‘¿Qué haré? Porque mi amo me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que haré para que cuando se me quite de la mayordomía, me reciban en sus casas’.

“Y llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi amo?’

“Él dijo: ‘Cien barriles de aceite’.

“Y le dijo: ‘Toma tu cuenta, siéntate pronto, y escribe cincuenta’.

“Después dijo a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’

“Y él dijo: ‘Cien medidas de trigo’.

“Él le dijo: ‘Toma tu cuenta, y escribe ochenta’.

“Y alabó el amo al mayordomo malo por haber hecho sagazmente; porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz.

“Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas”.

En la traducción sin poesía de la Biblia en Lenguaje Actual, Cristo dice: “Yo les aconsejo que usen el dinero obtenido en forma deshonesta para ganar amigos”.

En otra escena bíblica, el profeta Eliseo, favorito de Jehová, mandó despedazar impunemente a cuarentaidós muchachos solo porque se burlaron de su calvicie.

En el libro primero de Reyes y segundo de Crónicas, el pueblo de Israel acude a Roboam, su recién estrenado rey. Le solicitan que les baje la carga de impuestos, pues ya su antecesor los empobreció con un exceso de gasto público y todos tuvieron que apretarse el cinturón y trabajar más de la cuenta.

¿Cómo les respondió el rey?

“Mi padre hizo pesado vuestro yugo, pero yo añadiré a vuestro yugo; mi padre os castigó con azotes, mas yo lo haré con escorpiones”.

Y no olvidemos que los cuatro evangelios hablan de la costumbre de Poncio Pilato de soltar un preso en la fiesta de la Pascua, de modo que termina abriéndole las rejas a un asesino, un sicario, y condenando a un inocente.

Hay políticos que leen poco. Y sin embargo no falta quien confiese que se ha dejado influir por algunos fragmentos de la Biblia. Me pregunto cuáles serán.


viernes, 20 de marzo de 2015

¿Y dónde están los libros?


En la maravilla de novela Casa de campo, de José Donoso, tenemos a la familia adinerada de los Ventura. A decir de sus miembros: “Los libros son cosas de revolucionarios y de profesorcillos pretenciosos”; “Mediante los libros nadie puede adquirir la cultura que nuestra exaltada cuna nos proporcionó”.

En cierta ocasión le llaman “ignorante, como todos los de su casta” al patriarca de los Ventura. “En revancha, el abuelo empleó un equipo de sabios de la capital, muchos de ellos liberales, para que compilaran una lista de libros y autores que compendiaran todo el saber humano. Se corrió la irrisoria voz de que el abuelo se proponía ilustrarse. Pero lejos de leer nada propuesto por los sabios, mandó fabricar en cuero de la mejor calidad, copiando exaltados modelos franceses, italianos y españoles, paneles que fingieran los lomos de estos libros, grabando en ellos con el oro de sus minas los nombres de obras y autores”. Dejaban que sus niños entraran en esa biblioteca, pues “sabían que detrás de esos miles de lomos de soberbias pastas no existía ni una sola letra de molde”.

Ahí donde Donoso parece hacer una caricatura, dice una gran verdad. La clase social de las alturas siempre ha visto como una amenaza la lectura. En estas fechas, a muchos de ellos se les ha filtrado el desprecio que sienten por los normalistas, usando para descalificar las mismas palabras del autor chileno: “revolucionarios” y “profesorcillos pretenciosos”. Para ellos, billete mata todo. Mata libro, por supuesto.

Es difícil entrar en sus casas, pues solo abren las puertas a sus iguales y a la servidumbre. Pero esta semana me puse a hurgar entre sus paredes a través de los anuncios de bienes raíces. Casi todas las casas se exhiben amuebladas, tal como las utilizan sus habitantes. Encontré “acabados de superlujo”, “mobiliario importado”, habitaciones que llaman “family”, un exceso de mesas de billar, cavas, jacuzzis, gimnasios, vapores, cocinas con capacidad para cinco sirvientas, salas de cine. En su mayoría estaban decoradas con gusto infraneroniano; las casas viejas solían ser bonitas, las nuevas eran apenas un infonavit agigantado.

¿Y dónde están los libros?, me pregunté. Había estantes para exhibir estatuillas, trofeos, adornos o recuerdos de viaje. En muy pocas ocasiones hallé libreros que sí tuvieran libros, pero mayormente se trataba de esas ediciones en serie, bien encuadernadas, que llamamos “tomos” y se lucen más que se leen, como en la novela donosiana. Si bien eso no es obstáculo para que en muchas casas se muestre un espacio llamado “biblioteca”, y en el que se ve algún televisor, varios sillones y dos cuadros sin chiste. O sea, después de cenar, el anfitrión dice “pasemos a la biblioteca”, pero no van a leer sino a beber un tequila o un café.

Me asomé en las casas que costaran más de tres millones de dólares. Solo una superaba en precio a la famosa casa blanca; la cual, según recordaremos, tampoco tenía biblioteca pero sí una indispensable chimistreta para que la luz cambie de colores.


Pero estos benditos no necesitan libros para cultivar lo que “su exaltada cuna les proporcionó”. Por eso, durante este sexenio y los siguientes, a ellos se les dará más; y a los que no tienen nada, aun eso poco se les quitará.

sábado, 14 de marzo de 2015

QWERTY


La bandera de Canadá debe de ser una de las más jóvenes, pues el mes pasado celebró apenas sus cincuenta años. Hasta la década de 1960, muchos canadienses querían retirar de su bandera cierta iconografía imperial y habían expresado su deseo de que la hoja de maple fuera símbolo nacional. Así las cosas, a finales de 1964 eligieron un diseño del historiador George Stanley que daba gusto a casi todos precisamente porque era bastante sencillo. Fue el 15 de febrero del siguiente año cuando por primera vez ondeó el lábaro patrio de la hoja de maple.

La bandera mexicana ha sufrido mutaciones leves en su historia, pero desde hace casi dos siglos mantiene la idea de las franjas tricolores y el escudo del águila sobre el nopal devorando una serpiente. Su última versión es de 1968, de modo que cuando yo estaba en la escuela dejaron de funcionar los pesos de plata para calcar el escudo. En aquel entonces, se pintó un lago bajo el nopal y el círculo de encino y laurel se volvió semicírculo.
Pero fuera Canadá en 1964 o México en 1968, todavía se estaba a tiempo de que los legisladores trabajaran en diseños y modificaciones. Hoy sentimos que ya todo está grabado en piedra y las cosas son tan inamovibles como el teclado QWERTY.

¿Qué ocurriría si hoy se propusiera cambiar la bandera, así fuera algo sencillo, como agrandarle las garras al águila o poner el rojo a la izquierda y el verde a la derecha? O algo más radical, como acordarse de que no todo México es Tenochtitlán y entonces sustituir el águila por un jaguar o una mazorca o un ajolote. O argumentar que los colores ya se asocian tanto con el PRI que más valdría ensayar algo con rosa mexicano.

Cualquier proyecto de ese tipo quedaría sepultado bajo el peso de los medios sociales. La paradoja es que si no tuviésemos bandera y el día de hoy alguien entregara un diseño compuesto de tres franjas verde, blanca y roja, y al centro un águila en pugna con una serpiente, acabaríamos por rechazarlo y ridiculizarlo.

Los límites de los estados de México han cambiado varias veces pero ¿qué pasaría si hoy se propusiera dividir en dos a Veracruz o fusionar a Jalisco con Colima?

Los antiguos judíos detestaron a Salomón por construir el templo, pero amaron el templo; luego detestaron aún más a Herodes por construir el segundo templo, pero amaron aún más ese segundo templo. Los segundos pisos de AMLO eran un absurdo y ahora son normalidad.

Hay cosas que solo aceptamos como herencia, pero nunca les abriríamos los brazos a sus equivalencias contemporáneas. Los himnos nacionales, aunque suelen ser terribles, los cantamos de todo corazón. Las religiones las aceptamos si vienen de miles de años atrás, pero cualquier profeta contemporáneo se queda sin apóstoles. Nuestro nombre lo sobrellevamos de buen grado, aunque nunca nos hubiésemos nombrado así. Qué bueno que haya presas, pero protestamos si se pretende erigir una nueva. Qué bien que haya aeropuertos, pero pobre del que planee construir otro. Qué bien que haya calles, carreteras, avenidas y túneles, pero maldito del que quiera ampliar una calle.


Sin embargo, todo cambia y hasta los dinosaurios se extinguen. Ya veremos qué bandera, himno, país, obras, moneda, lengua, religión y fronteras heredarán los que vengan después de nosotros. Ya veremos a qué tumbas se llevan flores y a cuáles se va a escupir.

viernes, 6 de marzo de 2015

Cabeza sobra

Alguien puede leer el libro de Edward Gibbon sobre la caída del Imperio Romano. Actualizarse con un par de textos recientes y amasar así un buen conocimiento de historia, arte y costumbres de la época. No es que pueda dárselas de erudito, pero sí de culto.

Lo mismo puede tomar la Biblia. Leer, digamos, desde el libro de Josué hasta los dos de Reyes, junto con una guía tipo la de Asimov para separar lo legendario de lo histórico, y entonces tendrá una buena noción de la formación de tribus, alianzas y reinos en la época, así como de tradiciones y creencias. Tampoco hará falta ser un especialista para participar en una conversación sobre, por ejemplo, por qué el 29 de diciembre se festeja al Santo Rey David si de santo no tenía nada o sobre la tecnología militar de la época o sobre las incidencias de la famosa batalla de Jericó.

Menos intrincado resulta leer dos o tres textos sobre la Primera Guerra Mundial. Ahí en vez de siglos, tenemos un conflicto de cuatro años con sus respectivos antecedentes y consecuencias. La información es más periodística que arqueológica, y los campos de batalla, ciudades y países tienen mayormente los mismos nombres que hoy.

¿Por qué, entonces, alguien que amasa información sobre enfrentamientos entre naciones es culto y el que lo hace sobre equipos de futbol es un patán? Tal como el historiador tiene nombres de generales y guerreros, el otro tendrá nombres de entrenadores y goleadores. Verdad es que David se pasó a las filas de los filisteos, los archienemigos de los judíos, tal como Hugo Sánchez se pasó al Real Madrid, archienemigos de los del Atlético. El interesado en el futbol, tal como el historiador, conocerá batallas entre tribus o entre potencias; léase torneos de clubes o campeonatos mundiales.

También ocurre que las seis esposas de Enrique VIII son materia de historiadores y de estudio en las universidades; mientras que los siete maridos de Elizabeth Taylor son asunto de ociosos y revistas del corazón. Son pocos los historiadores que dominan las intrigas palaciegas de la realeza; en cambio muchas amas de casa conocen al dedillo los enredos amorosos de las telenovelas.

¿Por qué es edificante leer la novela Pedro Páramo y es irrelevante ver la película Pedro Páramo? ¿Por qué es de sabios poder recitar de memoria cien poemas del Siglo de Oro y es anodino conocer cien canciones de la música popular?

No pienso dar respuesta a estas preguntas, pues creo que resulta obvia. Lo que quiero decir es que el ser humano tiene capacidad para retener toneladas de información. De él depende si mete en la cabeza material para construir o mero material para acumular. También quiero decir que la escuela subestima al alumno y confunde su falta de interés con falta de capacidad. Bastaría con hacer este experimento: en un salón de clases se meten quince alumnos que amen el futbol y quince que lo detesten. Durante un semestre se les da la materia Historia del Futbol. Veremos al final quién saca mejores calificaciones.

Cabeza sobra, lo que falta son ganas.