viernes, 19 de abril de 2013

La viga española

Esta semana circuló una fotografía de la visita que Rajoy le hizo al papa. Con todo el orgullo del mundo le obsequió una camiseta de la selección de futbol española. ¡Rediez!, diría mi tío el de Logroño.
Si Toscana fuese jefe del protocolo español, se habría asegurado de que el primer ministro cargara con una bonita edición de Don Quijote. Tome, su Santidad, y aprenda un poco lo que es convertirse en un héroe en estos días; aprenda lo que es sacrificarse por otros, no de palabra, sino de acción, aprenda lo que es deshacer agravios, enderezar entuertos y enmendar sinrazones.
El papa, por supuesto, aceptó muy contento la camiseta; más contento que si le hubiesen llevado incienso y mirra; y mucho más agradecido que Juan Pablo II cuando un brasileño le regaló un burro. ¡La kurwa que me parió!, dijo el pontífice recurriendo a su natal polaco. Llévate ese animal de aquí.
Y Benedicto XVI, para evitar regalos que rebuznen o mujan, se encargó de desterrar burros y bueyes de los nacimientos, sin reparar en los artesanos que viven de hacer esas figuritas ni en los villancicos que los mencionan.
Pero volviendo a Rajoy y su regalito… Once chicos que se tiran al suelo y lloriquean si algo les duele son ahora los embajadores de ese país que de este lado del mundo conocimos por sus hombres barbados y bien bragados. Es obvio que España está viviendo un proceso de desprestigio crónico, pérdida de orgullo y hombría. Apenas en el deporte se han mantenido arriba.
El año pasado, Rajoy firmó a las prisas con los ejecutores europeos el rescate o hundimiento de su país porque ya le andaba por tomar un avión rumbo a Varsovia. En esa ciudad estaba lo que en verdad importa: un partido de futbol entre su selección y la italiana. Entonces declaró: “Me voy a la Eurocopa tras haber resuelto la situación”. Habrá que ver qué entiende el hombre por “resolver”.
En esta cuesta abajo, su rey pasó del soberbio “¿Por qué no te callas?” al humilde “Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Y la familia real emigró de las revistas glamorosas para instalarse en las páginas amarillas.
Uno echa un vistazo a los periódicos de la madre patria y se topa con una ristra de situaciones que conocemos muy bien: corrupción, desempleo, tráfico de influencias, impunidad, comercio ilegal, indocumentados, brutalidad policiaca, rapiña financiera, políticos magnamente asalariados, legisladores cínicos, más impunidad… Además, con un toque de capitalismo inhumano, pues en México se corrigió pronto el problema de los deshaucios.
Y los españoles, que de por sí nunca han tenido inclinación a la felicidad, lucen más sombríos que de costumbre.
Tan alicaídos se encuentran, que aquello que nosotros todavía conocemos como “orgullo” o “prestigio” o “reputación” o “imagen”, ellos han bautizado con el vulgar nombre de “marca”: la Marca España, le llaman, poniendo el nombre del país a competir con Ives Saint Laurent, Porsche, Armani o quizás con McDonald’s, Corona o Fruit of the Loom.
Lo natural, en esta época de paradojas, es que quienes impulsan la marca son precisamente quienes más hacen por devaluarla.
Sí, señor. Hoy Toscana amaneció con ganas de ver la viga en el ojo ajeno.

lunes, 15 de abril de 2013

Dios tramposo


En el capítulo diecinueve del Génesis, Lot hospeda en su casa a dos ángeles recién llegados a Sodoma. Esa misma noche, se presentan todos los hombres de la ciudad, jóvenes y viejos, para hacer una petición con tono de exigencia: “Lot, ¿dónde están los hombres que esta noche llegaron a tu casa? ¡Sácalos! Queremos tener relaciones sexuales con ellos”.
En una reacción inesperada para nuestra sensibilidad contemporánea, Lot se asoma para decirles: “Amigos míos, ¡no hagan algo tan malo! Yo tengo dos hijas solteras que nunca han tenido relaciones sexuales. Las voy a sacar, y ustedes pueden hacer con ellas lo que quieran”.
Durante el capítulo anterior, Dios había tenido una conversación con Abraham digna de Sancho Panza; en ella se negocian los criterios para la posible salvación de Sodoma y Gomorra. El arreglo final es este: Con tal de deshacerse de los impíos, Dios está dispuesto a asesinar hasta nueve justos.
Sabemos que Dios es omnipotente. Que lo sabe todo. De modo que le bastaría chasquear los dedos y con eso provocar un paro cardiaco a cada uno de los pecadores. Pero no, ha de vaciar toneladas de azufre ardiente en el primer ataque aéreo de la historia, que en mucho supera los que sufrió Varsovia, Dresden, Colonia o Königsberg. Ni el Vesubio fue tan cruel con Pompeya.
La historia no nos cuenta que en la destrucción de estas dos ciudades habrán muerto más Santos Inocentes que los de Belén por mandato de Herodes. Habrá que sumar además a las mujeres: castas, ancianas, nobles y embarazadas.
Muchos homófobos han tomado esta ira divina para justificar sus ataques contra los homosexuales. De hecho, la palabra “homosexual” apenas entró en el diccionario de la Academia en 1936; su equivalente durante siglos fue “sodomita”. Y si la Biblia, en vez de hablar de Sodoma y Gomorra, hubiese hablado de Gomorra y Sodoma, entonces los sodomitas habrían sido gomorritas.
El asunto es que los huéspedes de Lot no eran hombres, sino ángeles, y cualquiera sabe que un ángel no es hombre ni mujer. Su nombre, su género gramatical suele ser masculino, pero esto es un mero accidente del lenguaje. Hay más diferencia genética entre un hombre y un ángel que entre un hombre y una mujer. De modo que el sexo con un ángel debe ser una experiencia de lo más heterosexual.
Yo nunca he visto uno, pero si vienen del cielo, han de ser muy bonitos, han de irradiar juventud, salud. Vaya uno a saber cómo se contonea un ángel, qué clase de feromonas esparce, qué noséqué tiene en la mirada, qué seducción en su voz, cómo lucen en lencería. Yo no lo sé de cierto, pero supongo que un ángel ha de ser uma coisa mais linda que a garota de Ipanema.
Así las cosas, los hombres de Sodoma mordieron el anzuelo que Dios les lanzó. Las mismas hijas de Lot se quedaron tan calenturientas que se acostaron con su padre. O quizá el calenturiento fue Lot, y por eso se las llevó a la cueva sabiendo que eran mozuelas. Dios mandó a Sodoma una tentación para que cayeran en ella. Les puso una trampa porque, al estilo de míster Danger, necesitaba una excusa para su genocidio. Y una vez justificado ante la opinión pública, se sentó a disfrutar de la matanza con quemaduras de tercer grado.

jueves, 4 de abril de 2013

El lector periférico


Pertenecer a la periferia cultural del mundo nos pone, como escritores, en desventaja; pero en cambio, como lectores, nos imbuye una actitud de curiosidad, de querer descubrirlo todo, de no quedarnos en nuestro barrio. El lector de geografía periférica es lector  de espíritu cosmopolita.
Hay escritores, lectores, académicos, intelectuales gringos que solo leen literatura gringa, solo ven cine gringo, solo leen prensa gringa. Es el pecado del centro. Hacen su canon con sus parientes.
En una periferia civilizada, como Polonia, lo normal entre la gente educada es conocer tres, cuatro o cinco lenguas; pues de entrada saben que nadie les hablará en su idioma. En este rubro, por supuesto, bajan la guardia los países angloparlantes y también Francia.
Cuando converso con alemanes, inevitablemente se sorprenden de la cantidad de autores germanos que he leído; no porque sea yo un especialista en esta literatura, sino porque por contraste se dan cuenta de que ellos ignoran casi por completo la literatura latinoamericana. Yo puedo hablarles de su historia, su literatura, su arte de un modo que ellos jamás podrían hacerlo sobre mi mundo. Conozco mucho mejor a Federico el Grande de lo que ellos conocen a Benito Juárez.
Cierta ocasión estaba cenando en Estocolmo con un grupo de suecos en el que había académicos, escritores y traductores. Me preguntaron qué me gustaba de la literatura sueca. Después de mencionarles algunos de sus clásicos, les comenté que recientemente había leído una novela que me gustó mucho: Kärlekens bröd, de Peder Sjögren.
Enseguida vino un silencio en el que se intercalaron miradas. Lo primero que pensé es que había mencionado un nombre incómodo. Luego se paró el dueño de la casa, volvió con un tomo de la enciclopedia de la literatura sueca y dijo: “Sí, aquí está. Peder Sjögren…” y comenzó a leer el texto sobre su vida y obra.
Algo muy parecido me pasó con unos profesores suizos. Entre copa y copa salió el tema. Entonces les solté el nombre de Robert Walser. “Se llama Martin Walser,” me corrigió uno de ellos, y no es suizo, sino alemán.
“Martin Walser no me gusta,” le dije. “Yo hablo de Robert.” No puedo pensar que en Suiza desconozcan a su Walser, pero sí estoy cierto de que no tiene la categoría de escritor de culto que se ganó en Latinoamérica. Su mente trastornada quizá no es para banqueros y relojeros.
Conocemos a los poetas románticos ingleses de un modo que los lectores ingleses jamás osarían conocer a nuestros modernistas. Es más fácil encontrar a Boccaccio, Chaucer y Rabelais en un librero latinoamericano que en uno de los viejos imperios.
Un lector latinoamericano conoce mucho mejor a Shakespeare de lo que un inglés conoce a Cervantes. Un brasileño lee a Maupassant sin esperar que un francés corresponda con la lectura de Machado de Assis.
En una olimpiada cultural, los lectores latinoamericanos demostraríamos que volamos muy alto en conocimiento, imaginación, cosmopolitismo, cultura, dominio de lenguas, sensibilidad, comprensión, temperamento, hambre de saber.
Lástima que seamos tan pocos.