viernes, 17 de julio de 2015

Antes y después de Gardenia Davis


Ahora que se volvió a pelar el Chapo, se comentó en muchos artículos de prensa que se trató de una fuga “de película”, haciendo mención de El conde de Montecristo, Papillón o Shawshank Redemption. La gran mayoría de los textos se referían precisamente a sus versiones fílmicas y no a las literarias. Las mismas referencias hollywoodenses se dieron un mes antes, cuando dos presos gringos se fugaron de una prisión en Nueva York; y seguirán dándose cada vez que alguien se fugue, ya sea con un túnel tecnológicamente avanzado o a punta de pistola o en helicóptero o con cañonazos de cincuenta mil pesos o mediante el inverosímil truco del carrito de lavandería.

Tres cosas ocupan obsesivamente la mente del ser humano: la comida, cuando se tiene hambre; el sexo, cuando se anda ganoso; la libertad, cuando se está en prisión. La primera es la peor. Por eso en gulags y campos de concentración se mataba a la gente de hambre; así los obligaban a pensar más en comer que en fugarse. Claro que muchos también terminaban soñando con la fuga para poder comer.

Primo Levi estuvo preso en Auschwitz y con mala prosa escribió: “El concepto de evasión como obligación moral está continuamente reafirmado en la literatura romántica (¿se acuerdan del conde de Montecristo?), en la literatura popular, en el cine, donde el héroe, injustamente (o justamente) encarcelado, intenta siempre evadirse, aun en las circunstancias menos verosímiles, y su tentativa se ve siempre coronada por el éxito”. Y en verdad, por severos que fuesen los campos de concentración alemanes, hay muchas historias de gente que se fugó.

Hoy mismo, con más de diez millones de presos en el mundo, todos soñando con fugarse, lo más natural es que se realicen muchos intentos fallidos y algunos exitosos.

Hace tiempo me interesé en la historia del Gardenia Davis, un glamoroso luchador texano que participó con éxito en la lucha libre mexicana de los años cuarenta y cincuenta. Cuando su hijo fue arrestado en México por narcotráfico y echado en una prisión de Piedras Negras, el Gardenia se dedicó a maquinar la fuga. Para su sorpresa, se enteró de que en México no era delito participar en una fuga, siempre y cuando no hubiese heridos o muertos ni daños en propiedad ajena. Se puso a reclutar mercenarios, género que abunda en Estados Unidos. Él mismo tuvo que desechar a algunos que le proponían entrar a México con toda clase de metralletas, explosivos y bazucas. Al final, contrató a un ex marine que había luchado en Vietnam.

Siempre que voy contando esta historia, alguien me interrumpe en este momento con el comentario: “Ah, como Rambo”. Y se me quitan las ganas de continuar. “No”, digo. “Un ex marine que luchó en Vietnam no es como Rambo; acaso Rambo sea como un ex marine que luchó en Vietnam”.


En México se pierde la cuenta de los reos fugados. Si a un periodista, historiador o escritor le interesa, podría escribir un libro muy gordo. Estas incontables fugas son vida cotidiana. Solo son “de película” para el que subvive delante de una pantalla. Cualquiera que se fugue, es hombre de acción. El cinéfilo, lo sabemos, es cuasi un vegetal. Sin el cuasi. Cosa paradójica, porque según la etimología griega “cine” significa “movimiento”.

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