Allá cuando estaba en la secundaria y el Tesoro del declamador era un
instrumento más mnemotécnico que poético me dio curiosidad por leer La imitación de Cristo, de Tomás
de Kempis. Esto, por supuesto, fue consecuencia del poema de Amado Nervo
titulado “A Kempis”. Me preguntaba qué clase de libro podía ser éste para que
nuestro querido poeta dijera: “ha muchos años que vivo triste, ha muchos años
que estoy enfermo, ¡y es por el libro que tú escribiste!”.
Otras curiosidades me asaltaban con aquella
antología de recitaciones. Por ejemplo, quería ver a Garrick, actor de la Inglaterra. O me
preguntaba qué diablos significa que un cielo impasible despliegue su curva.
¿Qué era el spleen? Dado que desconocía
el gentilicio de las mujeres de Salamanca, suponía que una salmantina de rubio
cabello era una monja güera de la orden de las salmantinas que hacía natillas
en sus ratos de ocio. Aun mientras escribo esto no sé qué es el trigo garzul.
Hasta la fecha sigo empleando expresiones
anacrónicas, como “magrecita del alma” o “manque me lleven los pingos” o
“cambiadme la receta”.
Pero volviendo al poema de Amado Nervo… En aquel
entonces no capté el tono irónico del poeta. Pensaba que el poema en verdad estaba
dedicado a un gran libro que podía marcar una vida. Durante años evité leer La imitación de Cristo por temor
a que su influencia me convirtiese en un asceta. Después de todo, no sería
gratuita su fama de ser el libro cristiano más vendido en la historia, con
excepción de la Biblia.
Pues bien, yo necesito decirles que el librito
de marras parece un mal chiste. Un llamado a la mediocridad, a la ignorancia,
al oscurantismo. A un montón de cosas guangas, pero jamás a algo noble,
enaltecedor y, por supuesto, no induce para nada a imitar a Cristo. El libro
debería titularse La imitación de una
estúpida abuela católica. Yo había supuesto que Kempis podría tener la
profunda visión de Boecio en La
consolación de la filosofía, pero no.
No terminé de leer el libro. Es aburridísimo y
revuelve la misma idea cien veces con casi iguales palabras. Lo leí a saltos,
por saber si en algún momento se decía algo provocador; mas me topaba con ideas
como ésta: “Todos los hombres, naturalmente, desean saber; pero ¿qué aprovecha
la ciencia sin el temor de Dios?”. O sea, un llamado a la ignorancia. También
dice: “Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta
miserable vida; porque así estará contigo Jesús adondequiera que fueres; y de
verdad que le hallarás en cualquier parte que te escondas”. ¿Qué recabrones
quiso decir Kempis? O este galimatías: “También algunas veces conviene usar la
fuerza, y contradecir varonilmente al apetito sensitivo, y no cuidar de lo que
la carne quiere o no quiere, sino andar más solícito, para que esté sujeta al
espíritu, aunque le pese. Y debe ser castigada y obligada a sufrir la
servidumbre hasta que esté pronta para todo, aprenda a contentarse con lo poco
y holgarse con lo sencillo, y no murmurar contra lo que es amargo”. Por si
fuera poco, emplea la palabra “abundantísimamente”, que solo puede usar el peor
prosista del mundo.
Cristo siempre me ha parecido un personaje
fascinante. Kempis simula pedirnos que lo imitemos; mas quien siga los consejos
kempisianos se volverá estúpido, timorato y tibio a tal punto que, por no ser
caliente ni frío, habrá de ser vomitado. Si a Cristo le gustara la Inquisición , habría
quemado a Kempis en la hoguera. El problema es que a la Inquisición nunca le
gustó Cristo.