En una famosa entrevista que habría
de publicarse en forma de libro, Richard Feynman cuenta algunos fragmentos de
su infancia, acerca del modo como su padre le enseñaba algo sobre las ciencias
al tiempo que le azuzaba la curiosidad.
George Steiner también habla de las
tácticas de su padre para interesarlo en el mundo del conocimiento. Cuando
tenía cinco años, le contaba anécdotas de la Ilíada y le leía algunos fragmentos, pero se cuidaba de no
darle el libro para que la curiosidad lo devorara. Para su cumpleaños número
seis, le regaló su primer Homero.
No sé si exista en español el libro
de Feynman; el de Steiner se llama Errata.
El examen de una vida. Aunque
para serle fiel al título original y al parafraseo socrático debió llamarse Errata. Una vida examinada.
En apenas unas líneas de este par de
libros se despliega más sabiduría sobre la educación de los niños que en no sé
cuántos tratados de pedagogía. De hecho, la razón para que existan mil teorías
sobre cómo educar a los niños es síntoma de que se busca una solución mágica a
un asunto sencillo.
Sencillo, sí, pero para muchos
imposible. ¿Por qué?
Porque la mayoría de los padres
están lejos de ser los padres de Feynman o de Steiner. Un patán promedio no
sabría sentar en sus rodillas al hijo de cinco años y leerle un fragmento de la
Ilíada.
Entonces los hijos van a educarse a
las escuelas. Pero ahí el promedio de los maestros apenas sabe enseñarles a sus
alumnos cómo bloquear avenidas, robar gasolina y saquear oficinas impunemente,
y tal vez deletrear mi mamá me mima.
Por eso aparecen libros como Todos los niños pueden ser Einstein.
El cual dice en la solapa: “Albert Einstein no aprendió a leer hasta los siete
años ni a hablar con fluidez hasta los nueve, su maestra lo calificó como
‘mortalmente lerdo’. A pesar de ello Einstein acabó convirtiéndose en uno de
los científicos más geniales del mundo”.
Hago reseña de solapa porque no
pienso leer el libro.
El autor miente, pues Einstein no
fue un rezagado en la escuela. Albertito, al igual que Feynman y Steiner, tuvo
un padre que lo supo llenar de curiosidad y fomentó su creatividad y su interés
por las matemáticas, la física y la filosofía.
Pero aun aceptando que Einstein hubiese
sido lento a temprana edad, estoy apenas dispuesto a conceder que todos los
niños pueden ser Einstein, pero el Einstein de siete años. A ver qué joven
iguala a Einstein en su annus
mirabilis.
El tal libro, supongo, ha de ser una
obra engañosamente motivacional. Pero a la gente le gusta que le doren la
píldora. Si yo escribiera un libro más cercano a la realidad, titulado Su hijo será un pelmazo, difícilmente
llegaría a los estantes de las librerías. Eppur…
Cuando comencé a escribir este
artículo, eché mano de mis recuerdos sobre estos tres hombres que admiro y sobre
el hecho de que cada uno tuviese un padre que de algún modo los empujó al mundo
de la inteligencia. Solo ahora caí en la cuenta de que los tres son judíos.
Tal vez un libro que proponga ideas
sólidas y debidamente demostradas para educar a los hijos habría de titularse Cómo ser un buen padre judío.
Bravo maestro !
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