viernes, 5 de septiembre de 2014

Pedagogía efectiva

En una famosa entrevista que habría de publicarse en forma de libro, Richard Feynman cuenta algunos fragmentos de su infancia, acerca del modo como su padre le enseñaba algo sobre las ciencias al tiempo que le azuzaba la curiosidad.

George Steiner también habla de las tácticas de su padre para interesarlo en el mundo del conocimiento. Cuando tenía cinco años, le contaba anécdotas de la Ilíada y le leía algunos fragmentos, pero se cuidaba de no darle el libro para que la curiosidad lo devorara. Para su cumpleaños número seis, le regaló su primer Homero.

No sé si exista en español el libro de Feynman; el de Steiner se llama Errata. El examen de una vida. Aunque para serle fiel al título original y al parafraseo socrático debió llamarse Errata. Una vida examinada.

En apenas unas líneas de este par de libros se despliega más sabiduría sobre la educación de los niños que en no sé cuántos tratados de pedagogía. De hecho, la razón para que existan mil teorías sobre cómo educar a los niños es síntoma de que se busca una solución mágica a un asunto sencillo.

Sencillo, sí, pero para muchos imposible. ¿Por qué?

Porque la mayoría de los padres están lejos de ser los padres de Feynman o de Steiner. Un patán promedio no sabría sentar en sus rodillas al hijo de cinco años y leerle un fragmento de la Ilíada.

Entonces los hijos van a educarse a las escuelas. Pero ahí el promedio de los maestros apenas sabe enseñarles a sus alumnos cómo bloquear avenidas, robar gasolina y saquear oficinas impunemente, y tal vez deletrear mi mamá me mima.

Por eso aparecen libros como Todos los niños pueden ser Einstein. El cual dice en la solapa: “Albert Einstein no aprendió a leer hasta los siete años ni a hablar con fluidez hasta los nueve, su maestra lo calificó como ‘mortalmente lerdo’. A pesar de ello Einstein acabó convirtiéndose en uno de los científicos más geniales del mundo”.

Hago reseña de solapa porque no pienso leer el libro.

El autor miente, pues Einstein no fue un rezagado en la escuela. Albertito, al igual que Feynman y Steiner, tuvo un padre que lo supo llenar de curiosidad y fomentó su creatividad y su interés por las matemáticas, la física y la filosofía.

Pero aun aceptando que Einstein hubiese sido lento a temprana edad, estoy apenas dispuesto a conceder que todos los niños pueden ser Einstein, pero el Einstein de siete años. A ver qué joven iguala a Einstein en su annus mirabilis.

El tal libro, supongo, ha de ser una obra engañosamente motivacional. Pero a la gente le gusta que le doren la píldora. Si yo escribiera un libro más cercano a la realidad, titulado Su hijo será un pelmazo, difícilmente llegaría a los estantes de las librerías. Eppur

Cuando comencé a escribir este artículo, eché mano de mis recuerdos sobre estos tres hombres que admiro y sobre el hecho de que cada uno tuviese un padre que de algún modo los empujó al mundo de la inteligencia. Solo ahora caí en la cuenta de que los tres son judíos.

Tal vez un libro que proponga ideas sólidas y debidamente demostradas para educar a los hijos habría de titularse Cómo ser un buen padre judío.

1 comentario: