jueves, 2 de abril de 2015

Arlequines


Puedo ahora mismo inventarme algunas contraportadas para esas novelas que se comercializan con el nombre de Harlequin o Bianca o Deseo.

“Morgana era una periodista que recién había sufrido una decepción amorosa. Cuando su jefe le pidió que fuese a cubrir el concurso anual de alfarería en Sicilia, ella pensó que sería el más aburrido de sus trabajos…”.

“Luego de su divorcio, Tess se dijo que necesitaba una nueva vida. Vendió su tienda de antigüedades y se marchó a París. En la Rue de la Victoire, creyendo que se trataba de un taxi, habría de abordar por error el auto de Philippe Montreaux, el famoso diseñador, y desde entonces ya nada sería igual”.

“Cuando Rebeca decidió rentar una habitación en su casa junto al río, supuso que sus huéspedes serían estudiantes o parejas de clase media. Cuál no sería su sorpresa al ver que su primer cliente llegaba en un Lamborghini y no era hijo de sindicalista”.

En fin, me puedo inventar muchos argumentos más. Y hasta creo que tendría facultades para escribir una novela rosa entera, pues todos conocemos el cuento de la Cenicienta, la cual hoy no necesita ser pobre ni inmaculada. Ni tan joven, pues creo que la mayoría de las lectoras de esos libros son ñoras frustradas con el galán que se les volvió mariducho.

Hace años llegué a leer un par de esos libros. Fueron dos novelas que transformaron algunas de mis ideas. En primer lugar, porque estaban bien editadas y traducidas. En segundo, porque en aquel entonces costaron quince pesos y tenían tirajes de treinta mil ejemplares.
Desde entonces me pregunto: ¿venden treinta mil ejemplares porque cuestan quince pesos o cuestan quince pesos porque venden treinta mil ejemplares?

También me puse a pensar en un experimento. En el mundo de los clásicos hay una buena cantidad de novelas en cuya columna vertebral está la relación entre una mujer y un hombre, o sea, novelas de amor. ¿Qué pasaría si el editor de Harlequin decidiera meter en su colección, de manera casi anónima y hasta cambiando el título, alguna novela de Jane Austen o de las Brontë? O incluso, alguna latinoamericana que tuviese este texto en la contraportada: “El amor que sintiera Florentino Ariza por Fermina Daza habrá de perdurar durante más de cincuenta años, hasta que la vuelva a encontrar viuda, vieja y sola”.

O bien la historia de Mario, el aprendiz de escritor que se enamora de su tía Julia.
O hasta Madame Bovary o una novela de Turguénev o “La dama del perrito”, o Las cuitas del joven Werther o tantas otras que andan por ahí.

Me pregunto si las ñoras se sentirían decepcionadas con esos Harlequines o si ocurriría todo lo contrario.


Y ya que andamos con experimentos, qué tal si le pedimos a esas editoriales que hagan ediciones de quince pesos de Mario Bellatin, Eduardo Antonio Parra, Cristina Rivera, Fabio Morábito, Guillermo Fadanelli, Daniel Sada y hasta de Toscana. ¿Tendríamos a esos precios treinta mil lectores? ¿O es verdad que el lector de literatura se siente más contento si le sustraen trescientos pesos por libro?

1 comentario:

  1. Me reí mucho con las contraportadas. Son más fáciles de escribir porque nos han instaurado esas historias como lugares comunes. Lamentablemente no podemos disolver la cadena que une al arte a la parte sangrienta del mercado, las ganancias, los costos y demás.
    Más allá del atractivo del precio, es innegable que es más fácil leer una novela rosa que Madame Bovary, por citar uno de los ejemplos que pusiste.
    Yo leí dos novelas rosas en mi vida, unas que se encontraban en la casa que mis padres compraron cuando era chica, una de ellas incluso me la llevé cuando me mudé: no recuerdo el nombre, escrita por Concepción Alós, con portada kitsch de fondo amarillo y una mujer con cara sufriente mirando a un costado mientras un hombre la observa desde lejos. Y me gustó mucho. Me acuerdo siempre de una frase que atraviesa la novela: "Cuando veo el pasado con esta lucidez, lo único que quiero es aturdirme".
    Beso!

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