sábado, 14 de marzo de 2015

QWERTY


La bandera de Canadá debe de ser una de las más jóvenes, pues el mes pasado celebró apenas sus cincuenta años. Hasta la década de 1960, muchos canadienses querían retirar de su bandera cierta iconografía imperial y habían expresado su deseo de que la hoja de maple fuera símbolo nacional. Así las cosas, a finales de 1964 eligieron un diseño del historiador George Stanley que daba gusto a casi todos precisamente porque era bastante sencillo. Fue el 15 de febrero del siguiente año cuando por primera vez ondeó el lábaro patrio de la hoja de maple.

La bandera mexicana ha sufrido mutaciones leves en su historia, pero desde hace casi dos siglos mantiene la idea de las franjas tricolores y el escudo del águila sobre el nopal devorando una serpiente. Su última versión es de 1968, de modo que cuando yo estaba en la escuela dejaron de funcionar los pesos de plata para calcar el escudo. En aquel entonces, se pintó un lago bajo el nopal y el círculo de encino y laurel se volvió semicírculo.
Pero fuera Canadá en 1964 o México en 1968, todavía se estaba a tiempo de que los legisladores trabajaran en diseños y modificaciones. Hoy sentimos que ya todo está grabado en piedra y las cosas son tan inamovibles como el teclado QWERTY.

¿Qué ocurriría si hoy se propusiera cambiar la bandera, así fuera algo sencillo, como agrandarle las garras al águila o poner el rojo a la izquierda y el verde a la derecha? O algo más radical, como acordarse de que no todo México es Tenochtitlán y entonces sustituir el águila por un jaguar o una mazorca o un ajolote. O argumentar que los colores ya se asocian tanto con el PRI que más valdría ensayar algo con rosa mexicano.

Cualquier proyecto de ese tipo quedaría sepultado bajo el peso de los medios sociales. La paradoja es que si no tuviésemos bandera y el día de hoy alguien entregara un diseño compuesto de tres franjas verde, blanca y roja, y al centro un águila en pugna con una serpiente, acabaríamos por rechazarlo y ridiculizarlo.

Los límites de los estados de México han cambiado varias veces pero ¿qué pasaría si hoy se propusiera dividir en dos a Veracruz o fusionar a Jalisco con Colima?

Los antiguos judíos detestaron a Salomón por construir el templo, pero amaron el templo; luego detestaron aún más a Herodes por construir el segundo templo, pero amaron aún más ese segundo templo. Los segundos pisos de AMLO eran un absurdo y ahora son normalidad.

Hay cosas que solo aceptamos como herencia, pero nunca les abriríamos los brazos a sus equivalencias contemporáneas. Los himnos nacionales, aunque suelen ser terribles, los cantamos de todo corazón. Las religiones las aceptamos si vienen de miles de años atrás, pero cualquier profeta contemporáneo se queda sin apóstoles. Nuestro nombre lo sobrellevamos de buen grado, aunque nunca nos hubiésemos nombrado así. Qué bueno que haya presas, pero protestamos si se pretende erigir una nueva. Qué bien que haya aeropuertos, pero pobre del que planee construir otro. Qué bien que haya calles, carreteras, avenidas y túneles, pero maldito del que quiera ampliar una calle.


Sin embargo, todo cambia y hasta los dinosaurios se extinguen. Ya veremos qué bandera, himno, país, obras, moneda, lengua, religión y fronteras heredarán los que vengan después de nosotros. Ya veremos a qué tumbas se llevan flores y a cuáles se va a escupir.

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