Alguien puede leer el libro de Edward Gibbon
sobre la caída del Imperio Romano. Actualizarse con un par de textos recientes
y amasar así un buen conocimiento de historia, arte y costumbres de la época.
No es que pueda dárselas de erudito, pero sí de culto.
Lo mismo puede tomar la Biblia. Leer ,
digamos, desde el libro de Josué hasta los dos de Reyes, junto con una guía
tipo la de Asimov para separar lo legendario de lo histórico, y entonces tendrá
una buena noción de la formación de tribus, alianzas y reinos en la época, así
como de tradiciones y creencias. Tampoco hará falta ser un especialista para
participar en una conversación sobre, por ejemplo, por qué el 29 de diciembre
se festeja al Santo Rey David si de santo no tenía nada o sobre la tecnología
militar de la época o sobre las incidencias de la famosa batalla de Jericó.
Menos intrincado resulta leer dos o tres textos
sobre la Primera Guerra
Mundial. Ahí en vez de siglos, tenemos un conflicto de cuatro años con sus
respectivos antecedentes y consecuencias. La información es más periodística
que arqueológica, y los campos de batalla, ciudades y países tienen mayormente
los mismos nombres que hoy.
¿Por qué, entonces, alguien que amasa información
sobre enfrentamientos entre naciones es culto y el que lo hace sobre equipos de
futbol es un patán? Tal como el historiador tiene nombres de generales y
guerreros, el otro tendrá nombres de entrenadores y goleadores. Verdad es que
David se pasó a las filas de los filisteos, los archienemigos de los judíos,
tal como Hugo Sánchez se pasó al Real Madrid, archienemigos de los del
Atlético. El interesado en el futbol, tal como el historiador, conocerá
batallas entre tribus o entre potencias; léase torneos de clubes o campeonatos
mundiales.
También ocurre que las seis esposas de Enrique VIII
son materia de historiadores y de estudio en las universidades; mientras que
los siete maridos de Elizabeth Taylor son asunto de ociosos y revistas del
corazón. Son pocos los historiadores que dominan las intrigas palaciegas de la
realeza; en cambio muchas amas de casa conocen al dedillo los enredos amorosos
de las telenovelas.
No pienso dar respuesta a estas preguntas, pues
creo que resulta obvia. Lo que quiero decir es que el ser humano tiene
capacidad para retener toneladas de información. De él depende si mete en la
cabeza material para construir o mero material para acumular. También quiero
decir que la escuela subestima al alumno y confunde su falta de interés con
falta de capacidad. Bastaría con hacer este experimento: en un salón de clases
se meten quince alumnos que amen el futbol y quince que lo detesten. Durante un
semestre se les da la materia Historia del Futbol. Veremos al final quién saca
mejores calificaciones.
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