viernes, 6 de marzo de 2015

Cabeza sobra

Alguien puede leer el libro de Edward Gibbon sobre la caída del Imperio Romano. Actualizarse con un par de textos recientes y amasar así un buen conocimiento de historia, arte y costumbres de la época. No es que pueda dárselas de erudito, pero sí de culto.

Lo mismo puede tomar la Biblia. Leer, digamos, desde el libro de Josué hasta los dos de Reyes, junto con una guía tipo la de Asimov para separar lo legendario de lo histórico, y entonces tendrá una buena noción de la formación de tribus, alianzas y reinos en la época, así como de tradiciones y creencias. Tampoco hará falta ser un especialista para participar en una conversación sobre, por ejemplo, por qué el 29 de diciembre se festeja al Santo Rey David si de santo no tenía nada o sobre la tecnología militar de la época o sobre las incidencias de la famosa batalla de Jericó.

Menos intrincado resulta leer dos o tres textos sobre la Primera Guerra Mundial. Ahí en vez de siglos, tenemos un conflicto de cuatro años con sus respectivos antecedentes y consecuencias. La información es más periodística que arqueológica, y los campos de batalla, ciudades y países tienen mayormente los mismos nombres que hoy.

¿Por qué, entonces, alguien que amasa información sobre enfrentamientos entre naciones es culto y el que lo hace sobre equipos de futbol es un patán? Tal como el historiador tiene nombres de generales y guerreros, el otro tendrá nombres de entrenadores y goleadores. Verdad es que David se pasó a las filas de los filisteos, los archienemigos de los judíos, tal como Hugo Sánchez se pasó al Real Madrid, archienemigos de los del Atlético. El interesado en el futbol, tal como el historiador, conocerá batallas entre tribus o entre potencias; léase torneos de clubes o campeonatos mundiales.

También ocurre que las seis esposas de Enrique VIII son materia de historiadores y de estudio en las universidades; mientras que los siete maridos de Elizabeth Taylor son asunto de ociosos y revistas del corazón. Son pocos los historiadores que dominan las intrigas palaciegas de la realeza; en cambio muchas amas de casa conocen al dedillo los enredos amorosos de las telenovelas.

¿Por qué es edificante leer la novela Pedro Páramo y es irrelevante ver la película Pedro Páramo? ¿Por qué es de sabios poder recitar de memoria cien poemas del Siglo de Oro y es anodino conocer cien canciones de la música popular?

No pienso dar respuesta a estas preguntas, pues creo que resulta obvia. Lo que quiero decir es que el ser humano tiene capacidad para retener toneladas de información. De él depende si mete en la cabeza material para construir o mero material para acumular. También quiero decir que la escuela subestima al alumno y confunde su falta de interés con falta de capacidad. Bastaría con hacer este experimento: en un salón de clases se meten quince alumnos que amen el futbol y quince que lo detesten. Durante un semestre se les da la materia Historia del Futbol. Veremos al final quién saca mejores calificaciones.

Cabeza sobra, lo que falta son ganas.

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