sábado, 1 de junio de 2013

Si yo fuera gobernador


Si yo fuera gobernador, no quisiera serlo de la ínsula Barataria, como Sancho Panza, sino de un estado de México; pues bien manejado se convierte en mejor negocio que la propia presidencia de la república.
Si me dieran a elegir, me buscaría un estado lejos del centro, preferentemente con una prensa débil, apenas de interés local. Mucho mejor aún si es un estado con equipo de fútbol que distraiga a los medios y ciudadanos por igual.
Antes que nada, me conseguiría un tesorero ingenuo, ambicioso y leal, que firme lo que le ordene y termine pagando el pato si algo sale mal.
Aunque siempre me ha bastado una casa para vivir, me lanzaría a comprar mansiones en distintos lugares: Acapulco, Miami, San Diego, Los Ángeles, Cancún. No sé por qué, pero creo que la ambición de casero va con el puesto. Las casas en Estados Unidos me servirían para ir de chóping en esas tiendas que se hacen las ciegas cuando facturan millonadas en basura de lujo. Se sabe que los ricos excéntricos o son jeques árabes o son de dinero malhabido.
Para no ser un gobernador pasado de moda me dedicaría a endeudar al estado, sobre todo con proyectos banales de construcción. Aprendería que las deudas descomunales dan oportunidad de embolsarse gastos financieros y que la construcción es un negociazo para las empresas de mis socios, compadres y prestanombres.
Si me dieran a elegir, tomaría el estado de Nuevo León: enorme presupuesto y una ciudadanía adormecida que tolera la ineficiencia, la corrupción y el cinismo. De hecho, aunque el cien por ciento de los neoleoneses estuvieran hartos de mí, las marchas para exigir mi renuncia apenas convocarían a un centenar de personas.
Vislumbraría que el secreto de la impunidad no es la ratería discreta, sino todo lo contrario: armar un escándalo detrás de otro para que la prensa no pueda darle seguimiento ni a todos ni a cada uno.
Pondría lo mejor de mi presupuesto en gastos de imagen. Una millonada. Me burlaría de gobernadores del pasado que tuvieron que trabajar, cuando resulta más efectivo un spot televisivo.
Eso sí, me cuidaría de las redes sociales, pues es obvio que en este país los delitos no se persiguen según su magnitud, sino según su potencial de viralización.
Aunque hace años que no tengo sino un par de zapatos, supongo que como gobernador me harían falta otros más; sin embargo no tengo complejo de Cenicienta para andarme probando más de cinco ni síndrome de Elton John para desear más de tres.
Luego de varios años en el puesto, de haber amasado una fortuna, tener casas, alimentar mis vicios secretos y encajarme liberacescos anillos, me sentiría, por supuesto, con ganas de presumir. Lujo que no se ostenta es dinero desperdiciado.
Este sería mi talón de Aquiles. Me paso de copas y voy a dar a los medios. Y todo parece indicar que la guillotina cortará mi cuello.
Entonces miraría la fotografía detrás de mí. Si es del presidente en turno, significa que soy del partido en el poder. Y los partidos son como la Iglesia: siempre niegan sus propios pecados.

Respiraría tranquilo. Lo peor que me puede pasar es que me manden a otro país como cónsul o a continuar algunos estudios mientras bajan las aguas; y desde allá vería la triste fotografía de mi tesorero tras las rejas, porque como solemos decir: “Nadie por encima de la ley”.

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