Esta semana le llovieron
las críticas a Peña Nieto por decir que Televisa es motivo de orgullo para los
mexicanos. Y sin embargo no está lejos de la realidad. Ahí están los ratings para darle la razón, ahí
están también las utilidades de la empresa. Ahí está el embobamiento de
muchísimos mexicanos para certificar las horas–televisión que arruinan las
neuronas. Ahí están los estudiantes que se plantan frente a las oficinas de la
televisora para condenarlos por una u otra cosa al tiempo que exhiben buen
conocimiento de la programación. Ahí están las grandes cantidades de
televisores de enormes pantallas que se vendieron en este Buen Fin, así sea con
tarjetas de crédito que acabarán por quitar el sueño. También está el Teletón
que siempre junta la lana que quiere y tiene la audiencia que busca a pesar de
tantas voces que lo critican o fingen criticarlo. Basta detenerse frente a un
multifamiliar por la noche para mirar las incontables ventanas que destellan
luces de televisión. Basta ver el éxito de la columna de Álvaro Cueva en este
periódico porque con sus críticas le da a los televisafílicos la ilusión de que
son televisafóbicos. Además, ahora hace sus comentarios delante de una cámara
porque sus seguidores se sienten más cómodos en formato televisivo. ¿Cuánto
revuelo hubo por la muerte de Chespirito, un comediante que hizo carrera a base
de repetirse? Y sus seguidores siempre estuvieron encantados de reírse pávlovianamente.
Es obvio que quienquiera que lo llamó Shakespearito
no había leído a Shakespeare. Hoy es dificilísimo encontrar un café o bar o
restaurante donde no haya televisores en cada pared. Esos lugares fueron en una
época sitios para el debate intelectual; hoy son una extensión de la intriga
contra el pensamiento.
¿Por qué quienes tienen más seguidores en Twitter son
personajes de la televisión? No ha de ser porque hacen los comentarios más
brillantes. Así, buena parte de los que critican a
Televisa son televisos de
clóset o televisos de doble moral o meros hipócritas. Ahí están pendientes de
los noticieros, las telenovelas, las series y el futbol. Si se les pregunta por
qué ven tanta porquería, responden: “Porque no hay otra cosa”. Y no vale que
quienes tengan cable digan que ven otros canales, porque al final de las sumas
y restas, todos son la misma gata. El televisor es la caja idiota, pero cuando
se pasan tres, cuatro, cinco o más horas delante de ella, se convierte en la
caja idiotizante. Por eso la televisión es el sitio para que los políticos
cuenten sus mentiras y suelten frases que no dicen nada. La televisión es el
espacio que no se le abrió a Carlos Monsiváis porque lo consideraban muy feo y
en cambio elige la pendejez blanquita y bonita, justo lo que busca la gente
aunque diga lo contrario. Televisa no quiere que la quieran, quiere que la vean. Entonces, digan ustedes que no la aman, pero háganlo solo
de palabra, porque los hechos indican otra cosa. Denosten a sus actores,
cantantes, comentaristas, conductores y directivos, pero síganles haciendo el
juego. O súmense a unos pocos que nos deshicimos del televisor, que en su lugar
tenemos un estante con libros, porque la alternativa no es otro canal, sino
precisamente un libro. Y sí, escribí todo este texto de corrido para que a los
amantes de la televisión les dé pereza leerlo.
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