Hace
alrededor de cinco años fue asesinado un policía en Polonia. Tuvo entierro de
Estado. En la caravana al cementerio iban el presidente y el primer ministro.
Este mes unos revoltosos hirieron a un policía; la secretaria de gobernación lo
visitó en el hospital. La semana pasada corrió la noticia de tres diputados que
amañaron sus cuentas de viáticos. El partido los expulsó de inmediato. Los
electores agradecieron la reacción del partido y lo premiaron dándole el primer
lugar en las elecciones de este domingo.
Cuando
la gente me pregunta por qué me gusta vivir en Polonia, cuento anécdotas como
éstas. Si les hablo del policía muerto, aclaro que en ese momento no portaba su
uniforme, pues de lo contrario ningún malhechor se habría atrevido a tocarlo. También
les comento que el asunto de los diputados no terminó con su expulsión del
partido. Ahora la PGR
polaca investiga el alcance del fraude y pronto les aplicará la ley. Si alguien
tiene curiosidad por los números, aclaro que el diputado mayor se clavó
doscientos mil pesos. O sea, nada, para los estándares mexicanos.
A
su vez, los polacos no alcanzan a concebir la corrupción en México. Creen que
exagero cuando les digo que Granier malversó quinientos millones de zlotys;
suponen que miento cuando les aseguro que no es el más ratero de los
gobernadores. Les parece una fantasía que la señora presidenta reciba como
obsequio una millonaria casa. El asunto de Ayotzinapa, ni se diga, lo creen una
fábula macabra.
Alguien
dirá que en los años de la
Segunda Guerra Mundial Polonia conoció horrores peores que el
de Ayotzinapa, y éstos se siguieron dando durante cincuenta años de comunismo. Es
verdad, solo que en el primer caso se tenía claro que el enemigo venía de
fuera; en el segundo, los ciudadanos se negaron a aceptar el gobierno corrupto–comunista
y, paso a paso, acabaron por tumbarlo en 1989.
¿Y
quién lo diría?, el movimiento libertario polaco tuvo su mayor empuje con un
líder sindical, que en México es símbolo de lo más rastrero y podrido. Lech
Walesa recibió el Premio Nobel de la
Paz , mientras que en 2013 Forbes nombró a Elba Esther
Gordillo y Carlos Romero Deschamps los dos personajes más corruptos de México.
Creo que hay una profunda diferencia entre estos reconocimientos.
Ahora
que aparentemente se derramó el vaso en México, y que los políticos, en vez de
reaccionar parecen tener más hambre de rapiña, debemos echarle un ojo a la
historia reciente de Polonia. Los polacos transformaron un sistema más poderoso
que nuestro débil Estado. Lo hicieron sin violencia, sin niñerías. Lo lograron
con agallas y mucha inteligencia. Sí: mucha inteligencia. Y también, claro,
haciéndole honor al nombre de su sindicato: Solidaridad.
Comparar
México con la Polonia
de 1989 tiene una falla: la diferencia en educación. A pesar de la censura
comunista, los intelectuales y ciudadanos en general siempre empujaron para que
hubiese libros, arte y humanidades, a veces libremente, a veces de modo
clandestino. En un mundo educado, se conoce, respeta y modela la historia. Si
en vez de asumir su rol histórico, Lech Walesa hubiese quemado una puerta o se
hubiese robado un sifón de gasolina, tal vez el Muro de Berlín estaría tan firme
como el año en que lo construyeron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario