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Los comentarios no son originales. Los dice
cualquier pelmazo para justificar su rechazo a la lectura. Sin embargo,
pronunciados por un autor de éxito, suenan más preocupantes. Son una
justificación a la mediocridad. O quizás una invitación a que dejen las obras
maestras y se pongan a leer las simplezas que seguramente ha de escribir el tal
Hornby.
También es un apoyo al mundo editorial, que
lanza incontables novedades en un intento por sepultar a los clásicos, pues
éstos son menos rentables.
Además respalda la patanería de tanto
maestro de escuela que apenas aprendió a balbucear. Cuán feliz se sentirá el
tal maestro de disertar acerca de una infranovelita juvenil y no sobre Pedro Páramo.
Es verdad que la lectura puede ser un
placer; pero también es cierto que la letra con sangre entra. Comer puede ser placentero, ¿pero qué madre
respeta el gusto de sus hijos si solo quieren golosinas?
Si los matemáticos hablaran como Hornby
dirían que no se debe presionar a los niños con los números, y basta con que
lleguen a la tabla del diez. ¿Que los niños no disfrutan la historia? Entonces
llenemos sus mentes con chismorreos de las estrellas. ¿Prefieren una biografía
del Chicharito a la de Benito Juárez? No se preocupen; estamos para complacer a
los chamacos.
Un columnista de El País se sumó al llamado de Hornby y puso una lista de
diez títulos que considera muy complicados. Incluye maravillas como Don Quijote, Crimen y castigo, Guerra
y paz, Paradiso, La Divina Comedia y Moby Dick. A su vez, algunos
lectores de El País se
pusieron a agregar más títulos, y acaso unos cuantos protestaron por la
inclusión de Crimen y castigo
en la lista de marras.
Quien quiera celebrar su ignorancia es
libre de hacerlo. Quien quiera confesar que su cabecita consideró Cien años de soledad como algo
demasiado complicado, hágalo; aunque en otros tiempos hubiese sido motivo de
vergüenza. Quien guste ver la televisión siete horas al día, adelante. Pero no
me digan que la escuela ha de ser un sitio para apapachar la brutez o, peor
aún, para propiciarla.
En el siglo XIX, Matthew Arnold dijo que
cultura es “lo mejor que se ha pensado y dicho”. Pero con el tiempo ha
prevalecido una idea más antropológica que establece que cultura es todo
aquello que hace el hombre. En esta generalización, acabamos por tenerle miedo
a los juicios de valor. Así, ninguna manifestación cultural es superior a otra:
solo son diferentes.
Y ya en este mundo tibio, vale más que
alguien lea una facilona novela de Nick Hornby que El gatopardo. Vale más que disfrute a Los Bukis y no que se
complique la vida con Bach. Vale más que se quede idiota y no que ejercite un
poco las neuronas.
En la vida privada, que cada quien haga lo
que quiera. Pero si aceptamos estas ideas en la escuela, ¿entonces para qué
sirve una escuela?
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