jueves, 14 de agosto de 2014

Lex dubia

Leyendo la Biblia, resulta obvio que en tiempos de Cristo nadie era tan despreciado como los cobradores de impuestos. El sentimiento se ha prolongado a través del tiempo.

Lady Godiva paseó desnuda para protestar contra los excesivos impuestos implantados por su propio marido.

En Francia en el siglo XVI hubo violentas y sangrientas protestas por un impuesto a la sal.

En buena medida, la guerra civil inglesa tuvo como origen asuntos de impuestos y endeudamientos caprichosos por parte de la autoridad.

En Estados Unidos dio inicio el movimiento del Tea Party como reacción a un impuesto que pretendía cobrarles su madre patria. Después, ya como país independiente, vio el surgimiento de una serie de insurrecciones de 1791 a 1794 cuando se le aplicó un impuesto al whisky.

El segundo punto del bando mediante el cual Miguel Hidalgo aboliera la esclavitud el 6 de diciembre de 1810, decía: “Que cese para lo sucesivo la contribución de tributos, respecto de las castas que lo pagaban, y toda exacción que a los indios se les exija”.

El diccionario de la RAE de 1803 define exacción como: “Recaudación de tributos, impuestos y demás cosas que se pagan al príncipe, o república”.

Sabemos que cuando Santa Anna en 1854 decidió cobrar impuestos por puertas y ventanas, muchos decidieron tapiarlas, así se quedaran sin la luz del sol.

También sabemos que la habilidad más apreciada de un contador público es explotar los intríngulis fiscales para pagar la menor cantidad de impuestos.

La historia de la resistencia a los tributos es larga y está llena de muerte. Y sin embargo, en la mayoría de los casos hablamos de impuestos que no pasaban del diez por ciento.

Hoy día todo es impuesto. Si el mundo fuera como en el pasado habría rebelión por todos lados. Hoy día el tequila tiene más impuestos que alcohol.

Santo Tomás de Aquino dijo que lex dubia non obligatcosa que entiende hasta el que no sepa latín. O sea que, desde el punto de vista moral, puede ser correcto evadir los impuestos. De hecho, pocos son los que los pagan por razones del imperativo categórico y una mayoría lo hace porque no quiere atenerse a las consecuencias. Los legisladores crean junto con leyes injustas una injusta ley para imponerlas.

¿Cuál es la justificación para que un pacifista gringo de origen iraquí pague unos impuestos con los que se compra un proyectil que acabará matando en Iraq a cuarentaidós civiles que celebran una boda?

¿Cuál es la justificación para que un mexicano que batalla para pagar la renta tenga que donar mucho más que el diezmo para que los políticos se compren una casa en California o Texas o Florida?

Pero sobre todo, ¿cuál es la justificación para que un Estado derrochador se despache con la cuchara grande a la hora de meterse en los bolsillos ajenos?

Antes que una reforma educativa o fiscal o energética, México requería una reforma ética que incluyera un pacto y una serie de controles para que los políticos no fueran tan rateros corruptos cínicos ineficientes despilfarradores impunes.

En Estados muy corruptos, los impuestos no se distinguen de la extorsión.

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