viernes, 9 de mayo de 2014

Si yo fuera futbolista

Supongo que estaría en la banca de algún equipo segundón. Pero vamos a imaginar que tuviera las habilidades para ser una estrella en Europa.

Antes que nada le pediría a mi entrenador que me permitiera jugar solo en casa, pues detestaría tanto viaje instantáneo, sin tiempo para visitar las ciudades, sus museos, mercados, catedrales y demás sitios. ¿Vamos a jugar contra el Paris Saint–Germain y no puedo visitar el Museo de Orsay? ¿Vamos contra la Fiorentina y no puedo ver la galería Uffizi? ¿Contra el Chelsea y no tengo entradas para Hamlet?

No me gustaría pasar frente a un bar y descubrir a un grupo de escritores bebiendo. Saber que ellos alcanzan con el alcohol el clímax en sus discusiones; en cambio a mí, pobre futbolista, ídolo de la juventud, ejemplo para los niños, alguien me tomaría una fotografía para acusarme en los medios de ser un irresponsable solo porque me vieron con una botella de tequila.

Además los miraría con envidia, pues debe haber al menos sesenta escritores mexicanos jugando en la liga literaria europea, mientras que ¿apenas cuántos futbolistas hay? Si bien, me conformaría al saber que mucho más gente en México estaría pendiente de mis hazañas que de las de ellos.

Aprendería un poco de los libros para huir del lugar común, pues ahora en la conferencia de prensa tras un triunfo solo sabría decir: “No hay que echar las campanas al vuelo”, y tras una derrota: “Hay que echarle ganas”. En ambas situaciones conjugaría el verbo echar.

Mejor, tras un triunfo, soltaría alguna cita cervantina como “y tanto el vencedor es más honrado, cuanto más el vencido es reputado” o luego de una derrota podrían venir las palabras del buen Sancho: “Y en estas cosas de encuentros y porrazos no hay que tomarles tiento alguno, pues el que hoy cae puede levantarse mañana, si no es que se quiere estar en la cama, quiero decir, que se deje desmayar, sin cobrar nuevos bríos para nuevas pendencias”.

En el campo me costaría obedecer al entrenador y no criticarlo cuando me sentara en la banca, pues nunca he entendido por qué en la vida política defendemos la democracia pero aceptamos las dictaduras en las instituciones. No me gustaría hacer tiempo cuando vamos ganando. Procuraría aguantar el dolor de manera viril, sin andarme revolcando en el suelo como niño malcriado cada vez que me dan una patada. Recordaría que ese comportamiento es inaceptable en el futbol llanero. Me daría vergüenza necesitar porras para hacer mejor mi trabajo.

Supongo que uno de tantos entrenadores que no acaban de dominar su oficio me llamaría para ir al mundial de Brasil. Iría, por supuesto, aunque sin acabar de entender por qué el gobierno de un país decide comprometer su situación económica para organizar unos partidos de futbol que suelen ser por demás aburridos. Tanto así que a veces lo más memorable es darle a alguien un cabezazo en el pecho o meter un gol con la mano o una atractiva muchacha en el público.

Además, un mundial es una fiesta anticlimática. Cuando comienzan las eliminatorias hay más de doscientos de países interesados. Para cuando llega la final, solo restan dos.

Yo no lo sé de cierto, pero supongo que si fuera futbolista querría ser escritor.

1 comentario:

  1. estaba esperando un texto con relación a las madres pero, siempre leo con gusto lo que usted publica.

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