jueves, 22 de mayo de 2014

Libro, chile y tequila

El hambre es cosa natural en todos los animales. El ser humano la siente y trata de saciarla. Sin embargo, en los placeres de la mesa hay sabores que no se aprecian de manera natural y el gusto por ellos ha de aprenderse.

Es difícil que alguien sienta placer al enfrentarse al picante por primera vez; el goce viene con el tiempo y la costumbre. Lo mismo suele pasar con el cigarro o el alcohol. Por eso lo normal es que los animales ni fumen ni se emborrachen ni coman chile.

Que a los griegos les guste el ouzo y nosotros prefiramos el tequila es un asunto de tradición, un aprendizaje del paladar. Si bien, es más fácil que un griego aprecie el tequila a que un mexicano disfrute el ouzo.

La primera vez que en Polonia comí pato con salsa de arándanos me pareció una aberración. «A la carne no se le pone mermelada», dije. Pero hoy disfruto la combinación de ciertos sabores de frutas del bosque con carnes de animales también silvestres como el pato, ganso, conejo o jabalí. Ya no soy el regio monotemático que solo es feliz con su arrachera.

En India se entusiasman por el críquet, mientras que a la mayoría de nosotros nos parece un deporte poco apasionante. Antes de la era de la televisión, México tenía bien definidas sus zonas futboleras y beisboleras.

Aunque hoy hay muchas mujeres que se aficionan por el futbol, en otra época esta educación llegaba después del matrimonio, cuando algunas se sentaban con el marido a compartir las sesiones dominicales frente al televisor. Primero aprendían los rudimentos del juego, luego se solidarizaban con el equipo del cónyuge, al final se entusiasmaban por propia cuenta y acababan ellas por acaparar el sofá del séptimo día.

¿A qué viene esto? Son meros argumentos para respaldar la idea de que el  gusto por la lectura ha de venir también por asimilación, costumbre, moda o tradición.

Se sabe que buena parte de los lectores nacieron en una casa con libros, donde veían leer a sus padres y hermanos, donde se conversaba en la mesa sobre la experiencia lectora. Eso lo sabemos muy bien. Lo que desconocemos es cómo duplicar dicho ambiente en las escuelas. Si pretendemos hacerlo con maestros iletrados seguiremos fracasando, y sin embargo de aquí a muchos años esa será la situación en las escuelas. Así, antes de que la situación mejore, va a empeorar.

Por eso causa ternura ver cómo se movilizan muchas personas para formar grupos de lectura, por cuenta propia o apoyados por algún presupuesto oficial, para dar un poco de lo que la escuela no ofrece; todo con un desinterés religioso. Pero estos grupos llegan a un fragmento de la población, y no tienen cautivos a sus miembros durante seis horas al día.

Los mejores resultados para atraer y crear lectores no han llegado por vías oficiales, sino por el acierto de personas como J. K. Rowling, Stephenie Meyer, Dan Brown y el propio Paulo Coelho. Si bien, no todos los que se acercan a esos libros pasan a ser lectores habituales ni todos los lectores desarrollan sus horizontes.


Hoy por hoy, el único país que tiene la lectura, el libro y el escritor en el centro de su vida es Islandia. Si nuestras autoridades de educación y cultura no están estudiando el caso de los islandeses, de una vez que presenten su renuncia.

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