viernes, 3 de enero de 2014

La muerte del libro de texto

Cuando nos interesa la historia o queremos resolver algunas dudas sobre el uso del lenguaje o nos fascina el mundo de los números, podemos ir a alguna librería a satisfacer nuestra curiosidad o hambre de saber.

El Fondo de Cultura Económica tiene incontables e interesantes libros sobre historia mexicana, y todavía sobrevive como gran clásico el famoso México a través de los siglos.

Para conocer nuestra lengua se puede leer algún manual de gramática de la RAE o cualquier ameno libro sobre ortografía y dudas del idioma.

En el caso de las matemáticas, hay libros que van desde lo elemental a lo profundo, pasando por los juegos numéricos, como en los eternos libros de Yakov Perelman o el inagotable Matemáticas e imaginación, de Kasner y Newman.

En fin, podría hacer una larguísima enumeración de libros a los que recurrimos para enterarnos de un tema o profundizar en él, trátese de física, química, astronomía, matemáticas, lenguas, historia, leyes... lo que sea.

Solo alguien que esté fuera de sus cabales o en desconocimiento de que existen las librerías tomaría un libro de texto escolar con este propósito. Nadie, conversando con los amigos, ha dicho alguna vez: “¿Ya leíste Historia para sexto grado? Es fascinante.” Ningún intelectual ha dicho: “El libro que marcó mi vida fue Educación Artística en el quinto grado.” Nadie enseña con orgullo su colección de libros de texto; más bien se deshace de ellos en la primera oportunidad. Nadie conserva un recuerdo amoroso o al menos emocional con respecto a sus libros de texto. Nadie los cita en un ensayo.
¿Por qué entonces se los recetamos a los niños en las escuelas?

Hace poco leía un libro físico–teórico–autobiográfico de Ronald L. Mallet, quien se propuso construir una máquina para viajar en el tiempo. Él dice que su inspiración vino de una fuente inesperada: el número 133 de los clásicos ilustrados publicados por la editorial Gilbert: La máquina del tiempo, de H.G. Wells, en versión de historieta. Luego enumera montones de libros que marcaron su vida. La mayoría, novelas de ciencia ficción, biografías de Einstein y acercamientos a la Teoría de la Relatividad. No menciona ningún libro de texto. Hasta las historietas ilustradas tienen mayor capacidad de dejar huella.

Los libros de texto son creaciones que obedecen a un programa, no a un hambre de saber. No despiertan curiosidad ni la sacian. No son emocionantes ni interesantes. Son aburridísimamente esquemáticos.

¿Por qué, habiendo tantos textos apasionantes que la escuela podría adoptar, se manufacturan estas aborrecibles enumeraciones de temas?

Por una razón sencilla: los libros de texto no son una herramienta de aprendizaje sino de enseñanza. O sea, están ahí para el maestro, no para el alumno. Con ellos, el maestro puede ir cubriendo cada tema que el programa le exige, administrando bien los horarios de cada semana o mes, sabiendo qué debe preguntar en los exámenes. Con ellos, la SEP le pasa la misma fórmula mental a todos los mexicanos.
Debemos deshacernos de todos los libros de texto y formar un canon escolar. Las mejores mentes de la historia ya crearon abundantes libros que despiertan la inteligencia a cualquier edad. ¿Por qué nos comportamos como si no existiesen los libros y hubiese que inventarlos para cada ciclo escolar?
El libro de texto ya se hizo viejo sin que diera los frutos esperados. Es hora de que muera. 

1 comentario:

  1. Yo guardo con gran cariño mi Atlas de 5to. grado. A parte, en México, hay que devolver los libros al final de año. Lástima de tu comentario Toscana. Para cualquier niño, es impagable la emoción de recibir sus libros al inicio escolar, aunque los devuelva intactos al final del mismo.

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