sábado, 11 de mayo de 2013

España desahuciada


En España, eso que se llama justicia se está empleando para cometer un enorme crimen: el desahucio. Desalojar a una familia de su casa es mucho más que dejarla sin techo. Es una humillación que no se vive ni en el saqueo de tiempos de guerra.
Increíble que los jueces no digan “yo no me presto a eso”, vergonzoso que la policía y la llamada Benemérita Guardia Civil acepten participar en esos atropellos, como si no hubiesen de respetar antes el juramento de proteger que la orden de atacar. Criminal que el gobierno se esmere en rescatar a banqueros corruptos y luego les dé una mano para azotar.
¿Qué puede hacerse cuando se está desempleado, no se tiene ni un euro, y de pronto se ve en la calle, con mujer e hijos, y en la acera, a la vista de cada peatón, están esas pertenencias que daban la vida entre cuatro paredes, pero que se vuelven una afrenta en la acera: colchones orinados, lavadora oxidada, refrigerador con un pollo que pronto se va a pudrir, revoltijo de trastes, juguetes rotos, papelería, una pantalla monocromática, una tele de cinescopio, ropa sucia y limpia, casi toda arrugada, sofá de tapiz descolorido, una botella de jerez a medio consumir? Quizás esté lloviendo.
Los banqueros rezan: Perdona nuestras deudas como nosotros jamás perdonamos a nuestros deudores. Se les hace agua la boca por el negocio doble, pues el desahuciado ya había pagado el costo de su vivienda, pero no los intereses y recargos casi infinitos. Al desahuciado no le hicieron ningún descuento, pero ahora ese piso lo comprará un especulador a un tercio o cuarta parte de su valor. Sin duda, el especulador es socio de los propios banqueros.
Ocurre que los países no legislan contra esa rapiña. Esos españoles también vinieron a Polonia, se pusieron a comprar con la certeza de que la mera compra provoca el alza de precios. Un especulador me decía muy contento: hace tres años compré cuatro pisos en Cracovia y ya duplicaron su valor. Bien por su negocito. Pero esto significa que un polaco que había juntado para comprarse un techo notó que ya no le alcanzaba.
La vivienda es un artículo de primera necesidad. Cueste lo que cueste, la gente tiene que comprarla. Por eso, si no se adoptan leyes estrictas y humanas, el mercado de viviendas, sin ser monopólico, se carga con los vicios del monopolio. Necesita candados contra un proceso de subastas despiadadas que empujan a la gente a la esclavitud de las deudas.
Y Rajoy, que se lleva bien con el espíritu especulador, se puso en oferta: En la compra de un piso de 160 mil euros, le damos gratis un permiso de residencia española. ¿Y cuánto cuesta la nacionalidad?
¿Qué intención tiene Rajoy? En primer lugar, hallarle comprador a todos esos pisos de los que echaron a sus propietarios. En segundo, crear una demanda que mantenga alto el precio de los inmuebles.
No conforme, el gobierno de Rajoy planea otra embestida contra la gente y a favor de los dinerosos: prohibir que los particulares renten a turistas algún cuarto o departamento, pues esto afecta los intereses de las cadenas hoteleras.
Por supuesto, también se afectará al turismo. Al encarecer las habitaciones, los turistas irán en menor cantidad. Pero no importa empobrecer al país con tal de enriquecer a los ricos.
Lo que ocurre en España debe interesarnos a todos. Se está llevando a cabo un experimento siniestro: ¿Hasta qué punto puede prevalecer un capitalismo inhumano sin provocar otra cosa que caminatas de gente por la calle con pancartas y cantilenas? Los financieros del mundo están observando con interés. Si el hilo se estira casi infinitamente sin romperse, se alegrarán, mirarán hacia otros países y preguntarán: ¿Quién sigue?

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