sábado, 25 de agosto de 2012

Muerte por asilo


En la novela de Mijaíl Bulgákov, El maestro y Margarita, la sociedad de escritores tiene su sede en una casa que llaman “Griboyédov”, pues supuestamente ahí habría vivido Alexandr Serguéyevich Griboyédov, autor de una de las más populares obras del teatro ruso, cuyo título se ha traducido de distintos modos, entre los cuales mi preferido es La desgracia de tener talento.
El zar Nicolás I nombró a Griboyédov su ministro plenipotenciario en Persia, sin saber que el escritor pronto tendría el final más trágico de la literatura. Militar de agallas y recién casado con la duquesa Nino Chavchavadze, de dieciséis años, a quien dejó embarazada, ejerció una breve misión diplomática.
Y es que al poco tiempo de llegar a Teherán, se presentaron en la embajada tres armenios para pedir asilo: un eunuco y dos mujeres del harén del sultán. Griboyédov los recibió, pese a que ninguno de los tres perseguidos representaba lo más selecto de la sociedad ni lo más relevante de la intelectualidad.
Los persas, azuzados con argumentos políticos y religiosos, reunieron una numerosa turba frente a la embajada para gritar consignas y amenazas. Ante la decisión de Griboyédov de respetar el derecho de asilo, la muchedumbre atacó la embajada.
Aunque los rusos defendieron durante un tiempo su embajada, la acometida de cientos y hasta miles de teheranís se volvió todopoderosa. Las crónicas cuentan que hubo sólo un sobreviviente. El embajador cayó, espada en mano, quizá pensando en un deber o en una ética, o quizás en ese caso sean lo mismo. Su cuerpo fue arrastrado por buena parte de la ciudad. Hombres, mujeres y niños se habrán divertido con el indigno acarreo del cadáver. Más tarde, un carnicero se encargó de trozarlo.
A pedazos de carne quedó reducido un sagaz intelectual que dominaba el griego, latín, inglés, italiano, alemán, francés e incluso el persa moderno, al punto de haber escrito versos en ese idioma. Un escritor de los de antes, que conocía a los clásicos. Muy orgulloso se habrá sentido el matarife.
El zar no quiso crear un conflicto con Persia, pues en ese momento necesitaba de su apoyo en la guerra que libraba contra los turcos, de modo que aceptó un enorme diamante en calidad de disculpa. La zarina, encantada. Además, el gobierno ruso no acababa de asimilar las ideas vanguardistas del buen Griboyédov, pues al momento de su muerte, su famosa obra de teatro aún se encontraba prohibida. El propio Dostoievski reaccionó ambiguamente ante La desgracia de tener talento. El personaje principal le parecía inteligente, cultivado, ingenioso, pero tal vez demasiado europeo.
Para la duquesa Chavchavadze no hubo disculpa que valiera. Parió un niño muerto cuando llegaron las noticias de Teherán.
Según se desenvuelvan las cosas, veremos hasta dónde el gobierno de Ecuador procede como Griboyédov, y hasta qué punto el británico se comporta como una turba primitiva, linchadora y descuartizadora. Eso sí, pase lo que pase, la justicia sueca ya quedó como dócil concubina del harén anglogringo.

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