Hubo una época en que el futbol me fascinaba, y entonces quería ser futbolista. Practicaba con tenacidad en el jardín de mi casa sin evolucionar gran cosa. Acabé por sentir rabia contra todos esos predicadores de la motivación que aseguran que “querer es poder”. Luego de mi fracaso me refugié en la literatura y ahora el futbol me parece poquita cosa.
Es más, acabé por no entender cuál es la fascinación que tanta gente siente por veintidós iletrados corriendo tras un balón. El futbol es un poco como las religiones. Se puede sentir intensamente, pero no aguanta un cuestionamiento racional, y siempre habrá predicadores que nos empujen a creer en él.
Además me maravilla lo poco que los futbolistas dominan su oficio. Lo normal en ellos es la mala puntería y mesarse los cabellos. Un pianista que cometiera tantos errores sería abucheado. Un médico perdería la licencia. Un piloto estaría muerto.
Algo tiene que haber mal en la manera en que se aprende, se entrena y se planea el futbol. No es posible que tras años de profesionalismo, los jugadores tengan tan poco acierto en el cobro de tiros libres. Si adoptaran los modos, la disciplina y la mentalidad de los artistas del circo de Pekín, otro gallo cantaría.
Conozco a muchos intelectuales apasionados por el balompié, pero de seguro se aburrirían si tuvieran que conversar más de media hora con algún goleador; pues es obvio que en cualquier encuentro de ese tipo no se puede hablar de poesía ni filosofía ni historia; no, señor, se tiene que hablar de pelotazos. Así suele ocurrir: la mente semivacía marca la pauta.
Supongo que en Uruguay están más orgullosos del Maracanazo que de Onetti; en Brasil, la fama de Machado de Assis va muy a la zaga que la de cualquier zaguero; ni siquiera en Argentina Borges puede compartir la palestra con Maradona.
Despotrico contra el futbol porque al fin este domingo se jugó la final de la Eurocopa. Luego de años de preparación, de tantas conversaciones casuales sobre este deporte que aquí en Polonia se pronuncia algo así como “piwka noshna”, luego de una burda campaña de desprestigio de la BBC contra los amigabilísimos polacos, de helicópteros que traqueteaban todo el día cuando había partido, de gente de más en las calles, de explicarle a muchas personas que ser mexicano no me obliga a irle a España; luego de tanta expectativa por ese juego ratonero en el que cada patadita duele como un balazo, en el que los jugadores se acusan como niños ante el árbitro y en el que el árbitro ve lo que quiere ver, finalmente se metieron cuatro goles y colorín colorado.
Despotrico contra el futbol porque el domingo sucedió en México algo mucho más importante que esa escaramuza entre españoles e italianos. También en México hubo partidos, patadas, árbitros y bufones e intereses que van mucho más allá de los goles o de los votos. Despotrico contra el futbol porque no sabría sumar una palabra a las millones de millones que se dijeron y escribieron y leyeron y tuitearon sobre las elecciones.
Despotrico porque mi estado de ánimo se parece mucho más al de la squadra azzurra que al de la furia roja.
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