sábado, 6 de junio de 2015

Príncipe extranjero


Hubo una época en que las ladronerías de los políticos se hacían en lo oscurito, cruzando los dedos, y ojalá nadie se diera cuenta. Ahora es todo lo contrario. Parece que se dieron cuenta de que el buen éxito de la corrupción radica en realizarla en todos los niveles, a manos llenas, haciéndola evidente cada día, ventilándola en la prensa. El chiste es que cada día se destapen al menos treinta nuevos fraudes o desfalcos por parte de los gobiernos federal, estatales o municipales; con constructoras, arrendadoras, bancos, cajas de ahorro, bienes raíces, restaurantes, hoteles, todo negocio imaginable. Ahí se suman los partidos políticos, los empresarios, los sindicatos, las federaciones deportivas, las iglesias, las universidades y la lista no se acaba.

Hay que multiplicar los delitos para que sobrepasen la capacidad de los jueces, los cuales comoquiera son también parte del sistema de injusticia. Multiplicar los escándalos para que la prensa no posea la capacidad de darles seguimiento, pues ni tiene tantos periodistas ni puede un periódico publicarse con quinientas páginas diarias.

De vez en cuando algún asunto merece atención especial, ya sea por el alto rango de los implicados, como la casa blanca y la de Videgaray; o porque no es un hecho meramente monetario, como el harén del rey de la basura; o por su estratosférica suma, como el moreirazo o el medinazo. Pero ni en esos tres ejemplos hay seguimiento o justicia o, al menos, restitución del daño.

Con esta secuencia de escándalos hasta podría interpretarse que existe una estrategia de tapaderas. Si el señor presidente es vapuleado por una propiedad que huele mal, llama a uno de sus secretarios para que filtre a los medios que él también tiene una. El secretario, a su vez, se comunica con un gobernador, para que haga evidentes sus raterías; y el gobernador solicita que se descubra el desfalco de un alcalde. Cuando parece que se llegó al fin del escalafón, entonces aparece un escándalo sexual. Ya cuando se sienten atrapados, piden a un funcionario de poca monta que mande un tweet misógino. Los únicos intocables en esta secuencia son los candidatos propios en época electoral.

A los políticos ya no se les ataca a periodicazos; antes bien, ellos tienen una mano larga que llega hasta los medios de comunicación. Tampoco se les acota con la ley, porque la separación de los tres poderes solo existe en los libros de texto. Ya no se les coacciona con la verdad, pues hace mucho que perdieron la vergüenza. Ya ni siquiera se cruzan los dedos para que tengan buen juicio, porque eso es pedirle peras al olmo.

Cuando veo tanta rapiña, tantos candidatos que vienen a solapar y superar a sus antecesores, no me parece tan descabellada la idea que tuvieron ciertos mexicanos allá a mediados del siglo diecinueve: traer un príncipe extranjero, un Pepe Mojica, un jefe de estado nórdico, un primer ministro que sepa vivir con su salario, un descendiente de samuráis.

Sí, alguien dirá que eso es traición a la patria, ¿pero entonces cómo llamarle a lo que están haciendo esa bola de rateros desde sus sillitas del poder?

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