Ahora que aparecieron los cadáveres en el
crematorio que no cremaba, volví a escuchar aquella frase de que la realidad
supera la ficción. Y lo cierto es que se dice y se escucha con mucha
frecuencia, pues cada semana amanecemos con alguna nueva noticia sobre otra
maquinación original o perversa o sorprendente o las tres cosas de esa gente
que se mueve más allá de la ley.
Entre las más memorables está aquella del fiscal
Pablo Chapa Bezanilla en la que mandó enterrar unos restos mortales en la finca
El Encanto, propiedad de Raúl Salinas de Gortari, para endilgarle el crimen del
diputado Manuel Muñoz Rocha. Entonces la vidente Francisca Zetina, alias “La Paca ”, señaló con el dedo el
lugar justo en que los huesos estaban enterrados. Perfecto. Caso resuelto. Solo
por un momento.
Cuando el asesinato de Colosio, hubo suficientes
pruebas para demostrar una acción concertada, y a la vuelta de unas semanas
hubo también suficientes pruebas para demostrar que todo había sido planeado y
ejecutado por cabeza y cuerpo de un asesino solitario.
Desde entonces y dendenantes estamos más que
acostumbrados a esas realidades que superan la ficción o ficciones que se nos
presentan como realidades.
Entre muchos otros están los casos del cardenal
Posadas Ocampo, el de la niña perdida que luego apareció muerta entre las
sábanas, el famoso embrollo de la francesa Cassez, el pozolero y, por supuesto,
el de los normalistas de Guerrero.
También hay hechos extraordinarios que luego se
vuelven lugar común, como la aparición de ahorcados en puentes.
¿Por qué estos eventos parecen superar a los
escritores de novelas? Muy sencillo: para empezar, por razones de volumen. En
México habrá dos o tres centenares de escritores, pero tenemos millones de
personas que están tramando cómo delinquir. Además, es cuestión de alicientes.
El escritor aspira a una edición de tres mil ejemplares, el malhechor suele
perseguir varios millones de pesos o de dólares.
También resulta que al escritor se le considera
una conciencia de sus días, de modo que se ve impelido a defender ciertas
causas nobles. Por eso el gremio condena al ostracismo al escritor que plagia o
al que se acerca más de la cuenta al poder o al que se calla cuando hace falta
denunciar. Y siempre habrá desconfianza delante de los escritores funcionarios,
pues no todos han salido de esa prueba con las manos limpias.
Pero hay otro impedimento aún más importante por
el que el escritor se ve superado por la realidad.
Un alto funcionario dice que él no tiene cuentas
en Suiza. Un líder sindical dice que él no se beneficia de la ordeña de
petróleo. Una primera dama dice que compra mansiones con el fruto de su
trabajo. Un gobernador dice que no tiene propiedades ni en Texas ni en
California ni en Florida.
Como se ve, en el mundo real no importa la
flagrante mentira. En cambio a una novela se le exige verosimilitud.
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