viernes, 6 de junio de 2014

Auroras que son puñaladas

Según el Centro Internacional de Estudios Carcelarios, en el mundo hay poco más de 10.2 millones de personas en prisión. Esto indica que uno de cada 687 habitantes del mundo está tras las rejas. 

El país con más prisioneros es el que también se hace llamar The Land of Liberty. Ahí hay un total de 2.2 millones. O sea, uno por cada 140 habitantes. Esto significa que si usted quisiera organizar una enorme fiesta con mil invitados, al menos siete de ellos no asistirían con la excusa de estar purgando una condena. Si bien, esto depende de la raza de sus invitados. Si usted invitara a mil negros, serían 35 los que se ausenten, y de los que asistan uno de cada tres hombres podrá contar sus experiencias de cuando estuvo encarcelado. 

Apenas cuatro países: Estados Unidos, China, Rusia y Brasil contribuyen al cincuenta por ciento de los prisioneros del mundo.

En cambio, la población carcelaria de México es de un cuarto de millón. La cifra no es pequeña, pues equivale más o menos a meter tras las rejas a toda la población de Pachuca, pero sabemos que sería muy fácil aumentarla con algunos gobernadores, alcaldes, regidores, diputados, senadores, líderes sindicales y demás políticos con ingresos parasalariales.

En Estados Unidos la cantidad de literatura que tiene que ver con presos y prisiones es descomunal. Nada raro, si consideramos que en cada generación pueden ser más de veinte millones quienes pisan la cárcel. Además, allá saben que nadie está a salvo de pasar un tiempo entre cuatro muros, pues una broma o equivocación bastan para tal suerte.

Hay quien dice que uno de los momentos más afortunados para la literatura fue cuando mandaron a Dostoievski como preso a Siberia. Ahí aprendió algo sobre la vida para después darnos sus memorias y crear los personajes más llenos de humanidad que nos ha dado la novela. De esa Siberia también nos llegó Archipiélago Gulag de Alexandr Solzhenitsyn y Un mundo aparte, de Gustav Herling–Grudzinski.

En México, desde la época de José Revueltas nuestros presos no se han caracterizado por una gran altura intelectual; por eso hoy nos es más fácil conocer a través de la literatura las prisiones cubanas que las nuestras.

Si queremos tener cierta hegemonía en la literatura carcelaria del mundo, necesitamos un gobierno que nos persiga; pero últimamente le da por ignorar a los escritores hasta que se mueren. No estaría mal, por bien de las letras nacionales, arrestar arbitrariamente a alguien como Eduardo Antonio Parra y llevarlo a uno de los llamados centros de readaptación. Echarle encima diez años, nomás porque sí. Darle papel, pluma y llevarle cigarros los días de visita, pues encima sale barato, ya que Parra no usa computadora para escribir.

Al final tendríamos un clásico de la literatura mexicana, y eso bien vale una condena injusta. Así es que, si nuestras autoridades no se mueven, vayamos pensando de qué podemos acusar al honesto Parra.

1 comentario:

  1. Jejejeje... sólo hay que proveerle jabón líquido (del que nunca se cae)...

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