viernes, 18 de abril de 2014

Infinito Gabo


El primer muerto fue Melquíades. Lo sepultaron en una tumba erigida en el centro del terreno que destinaron para el cementerio, con una lápida donde quedó escrito lo único que se supo de él: Melquíades. 

Luego vino Remedios, envenenada por su propia sangre con un par de gemelos atravesados. Visitación se dio el gusto de morirse de muerte natural, después de haber renunciado a un trono por temor al insomnio. Antes o después habrían de partir todos los Buendía. 

El coronel Aureliano se fue por mano propia. Se quitó la camisa, se sentó en el borde del catre, y a las tres y cuarto de la tarde se disparó un tiro de pistola en el círculo de yodo que su médico personal le había pintado en el pecho. 

Mauricio Babilonia murió de viejo en la soledad, sin un quejido, sin una protesta, sin una sola tentativa de infidencia, atormentado por los recuerdos y por las mariposas amarillas que no le concedieron un instante de paz, y públicamente repudiado como ladrón de gallinas. 

Úrsula fue momificándose en vida, hasta el punto de que en sus últimos meses era una ciruela pasa perdida dentro del camisón. Santa Sofía de la Piedad se la sentaba en las piernas para alimentarla con cucharaditas de agua de azúcar. Parecía una anciana recién nacida. La acostaban en el altar para ver que era apenas más grande que el Niño Dios, y una tarde la escondieron en un armario del granero donde hubieran podido comérsela las ratas. Se murió gritando “¡Estoy viva!” sin que nadie la escuchara.

A Rebeca la encontraron en la cama solitaria, enroscada como un camarón, con la cabeza pelada por la tiña y el pulgar metido en la boca.

José Arcadio Segundo se fue de bruces sobre los pergaminos, y murió con los ojos abiertos. 

Pilar Ternera murió en el mecedor de bejuco, una noche de fiesta, vigilando la entrada de su paraíso. De acuerdo con su última voluntad, la enterraron sin ataúd, sentada en el mecedor que ocho hombres bajaron con cabuyas en un hueco enorme, excavado en el centro de la pista de baile. 

Yo no lo sé de cierto, pero supongo que García Márquez se nos fue como José Arcadio Buendía, con la muerte más bella que se ha contado: la del sueño de los cuartos infinitos.

El buen Gabo soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual, con la misma cama de cabecera de hierro forjado, el mismo sillón de mimbre y el mismo cuadrito de la Virgen de los Remedios en la pared del fondo. De ese cuarto pasaba a otro exactamente igual, cuya puerta abría para pasar a otro exactamente igual, y luego a otro exactamente igual, hasta el infinito. Le gustaba irse de cuarto en cuarto, como en una galería de espejos paralelos, hasta que Prudencio Aguilar le tocaba el hombro. Entonces Gabo regresaba de cuarto en cuarto, despertando hacia atrás, recorriendo el camino inverso, y encontraba a Prudencio Aguilar en el cuarto de la realidad. Pero un 17 de abril del año de los escritores muertos, dos semanas después de que lo llevaron a la cama, Prudencio Aguilar le tocó el hombro en un cuarto intermedio, y Gabo se quedó allí para siempre, creyendo que era el cuarto real. 

4 comentarios:

  1. En honor a la verdad he de decir que el coronel Aureliano sobrevivió a su
    intento de homicidio. Es tan vasto el relato de cien años de soledad que tampoco alcanzo a recordar todas las cosas, aun las más importantes.

    ResponderEliminar
  2. es verdad, sobrevivió a ese intento de homicidio y murió afuera de su casa.

    ResponderEliminar
  3. además faltó la muerte de José Arcadio, muerto a pistola, y el último Buendía devorado por las hormigas

    ResponderEliminar
  4. Gracias, Miguel Ángel, por señalar la enorme pifia de modo tan caballeresco.

    ResponderEliminar