viernes, 7 de marzo de 2014

Periódicos

En alguna novela antigua puede encontrarse algún personaje que lee el periódico de cabo a rabo. Hay quien me ha dicho que su padre o su abuelo tenían esa costumbre. Esto es siempre una exageración. Ni aún en años remotos cuando un periódico tenía ocho páginas había quien lo leyera todo, incluyendo publicidad, aviso oportuno, cartelera de cine, la crónica de los toros, el recital de piano y la nota social.

Hoy no es raro encontrar ediciones que se aproximan a las cien páginas o las exceden. Por el tamaño del papel y restando imágenes, esto equivale a un libro de cuatrocientas páginas. Así, el periódico se vuelve una diaria ferretería de la que solo tomamos algunos clavos.

Pero hay que comprar la ferretería completa; imposible pedir al voceador solo la sección de editoriales o los monitos. Además, tampoco se sabe si uno se verá tentado a leer la última travesura del mocoso de moda o los dimes y diretes entre dos cantantes.

Cuando reviso periódicos de los años treinta, cuarenta o cincuenta en las hemerotecas, me siento en terreno seguro. Las noticias son noticias y también son sobrias. Por ejemplo, la muerte de Pedro Infante se reporta sin dramatismos ni necesidad de entrevistar a cientos de famosos para que digan una obviedad. No hace falta recordar toda su discografía y filmografía. Si Adolfo Ruiz Cortines envió sus condolencias, lo hizo sin intención de aparecer en la foto.

El trabajo de un historiador o novelista se facilita, pues en los periódicos del pasado encuentra esencia y no relleno.

En aquel entonces, nadie molestaba a los políticos corruptos. Hoy se les entrevista para terminar con encabezados como: “Niega el gobernador X vaciar las arcas del estado”. En ambos casos el lector ya sabía que su gobernante era un ladrón.

En aquel entonces toda noticia podía esperar hasta la mañana siguiente, así es que se corroboraban los datos. Hoy se tiene permiso de publicar cualquier rumor, pues no se dice “ocurrió tal cosa” sino “circula en medios sociales que ocurrió tal cosa”.

Si hoy leo un periódico, puedo enterarme de que un niño se tragó veinte Legos, una maestra de Detroit se acostó con un alumno, un alemán halló un armadillo en su maleta, en India se hundió una balsa y en Australia alguien crió un tomate de dos kilos. Tanta noticia que no es noticia.

Claro que en aquel pasado también existían  notas ociosas. Había en el aeropuerto un periodista de planta que reportaba los viajes que hacían ciertos personajes de sociedad, solos o con sus distinguidas esposas. Aunque creo que esto todavía se da en ciertos pueblotes.

Siempre hubo noticias culturales. Llegaron a ser suficientes para justificar una sección de cultura. Mas de un tiempo a la fecha, a golpes de natura, se empieza a confundir con la sección necrológica.

No sé si hoy la sección más fútil sea la de choques y atropellados, la de chismes o la deportiva. No me explico por qué alguien quiere seguirle la pista al embarazo de una actriz ni por qué otro que vio un partido de futbol en el televisor, al día siguiente quiere leer cosas como: “Fulano de tal empató al minuto veintisiete con certero remate de cabeza ante la infructuosa estirada del guardameta mengano.”


Tampoco me explico, amigo lector, por qué en vez de tomar aquel libro de Tolstói, llegó usted a leer estas líneas hasta el punto final.

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