viernes, 7 de febrero de 2014

Credo

Siempre se ha dicho que buena parte de los mexicanos canta el himno sin entender cabalmente su significado. Es la bendita costumbre de repetir sin pensar.

Algo parecido le ocurre a buena parte de los cristianos con el Credo, con el cual una mayoría de parroquianos declara con mucho sentimiento creer en cosas que no entiende. Haga la prueba y pregúntele a su pariente más devoto qué significa eso de “luz de luz”. ¿Por qué se dice que el hijo fue engendrado, no creado? ¿Qué es la consustancialidad? Si el hijo nació antes de todos los siglos, ¿entonces quién era el bebé que le salió a María? ¿El Espíritu Santo es el que da la vida? ¿En la práctica recibe la misma adoración? ¿Cuál es la diferencia entre decir “Dios de Dios” y “Dios verdadero de Dios verdadero”? ¿El bautismo es para el perdón de los pecados?

Así confiesen cada domingo que creen en la resurrección de los muertos, lo cierto es que no creen. La idea de gente que sale de sus sepulcros en cuerpo y alma ahora pertenece a los bodrios de Hollywood, y cualquier intento por darle otro significado a la resurrección es torcer el concepto original.

Siempre me extrañó que se usara el término “consustancial” y no “coesencial”, pero ahora que aligeraron el Credo con el insípido “de la misma naturaleza”, me parece que algunos doctores de la iglesia no leyeron bien a los filósofos griegos ni estudiaron sus etimologías latinas.

Aunque el Credo acabó por perder lo romano de la iglesia, me parece curioso que nunca haya dejado el calendario romano, pues aún hoy Cristo no murió en tiempos de Cristo, sino de Poncio Pilato.

La parte que me resulta más simpática es la de “según las escrituras”. Equivale a decir “no es que yo me lo crea, pero está escrito”.

Aunque hago estos comentarios y preguntas de manera ligera, lo cierto es que aún en ese nivel es difícil responder. Allá cuando era creyente me ocupé en tratar de entender lo que yo aseguraba creer. Al manosear el concepto de Espíritu Santo sin comprenderlo estaba en riesgo de blasfemar contra él y entonces estaría condenado para toda la eternidad. Sin embargo, ningún folletín con el título “El Credo explicado” explicaba nada. Mucho menos el cura de mi parroquia.

Había que meterse en libros. Historia del cristianismo. Del imperio romano. Algo de filosofía. Por supuesto había que leer La Biblia. No estaba de más leer el Credo en latín.

Más allá de la razón, debía admitir la consustancia, como debía aceptar transustanciación. Y al final hube de reconocer que no creía en todo eso.

Entonces, para no mentir descaradamente en el templo, tenía tres opciones. Una era saltarme las partes en las que no creía. Otra, como los niños, poner zafos. La tercera opción era parafrasear el “según las escrituras” y terminar el Credo con “según los obispos de los primeros concilios ecuménicos”.


Pero nadie vaya a tomar mis comentarios como un llamado a la incredulidad. Lo que quisiera es que esos creyentes de memoria y letanía corrieran la aventura de meterse en un mundo de veras apasionante: el de la literatura religiosa, la de verdad, la que cuestiona, la clásica, inteligente y reveladora; no la del burdo folletín dominical.

2 comentarios:

  1. Hola, la verdad es que cuanto más te esfuerzas en comprender el catolisismo, más te acercas a la incredulidad. Sin afán de pedir que nos hagas la tarea, sería fantástico que hicieras recomendaciones sobre libros donde traten temas religiosos con suficiente rigor. Saludos

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  2. Agregaría la necesidad de vincular la cultura hebrea a todo el credo. ¿no?.Saludos y felicidades. Me gusta mucho tu blog.

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