En
alguna novela antigua puede encontrarse algún personaje que lee el periódico de
cabo a rabo. Hay quien me ha dicho que su padre o su abuelo tenían esa
costumbre. Esto es siempre una exageración. Ni aún en años remotos cuando un
periódico tenía ocho páginas había quien lo leyera todo, incluyendo publicidad,
aviso oportuno, cartelera de cine, la crónica de los toros, el recital de piano
y la nota social.
Hoy no
es raro encontrar ediciones que se aproximan a las cien páginas o las exceden.
Por el tamaño del papel y restando imágenes, esto equivale a un libro de cuatrocientas
páginas. Así, el periódico se vuelve una diaria ferretería de la que solo
tomamos algunos clavos.
Pero
hay que comprar la ferretería completa; imposible pedir al voceador solo la
sección de editoriales o los monitos. Además, tampoco se sabe si uno se verá tentado
a leer la última travesura del mocoso de moda o los dimes y diretes entre dos
cantantes.
Cuando
reviso periódicos de los años treinta, cuarenta o cincuenta en las hemerotecas,
me siento en terreno seguro. Las noticias son noticias y también son sobrias. Por
ejemplo, la muerte de Pedro Infante se reporta sin dramatismos ni necesidad de
entrevistar a cientos de famosos para que digan una obviedad. No hace falta
recordar toda su discografía y filmografía. Si Adolfo Ruiz Cortines envió sus
condolencias, lo hizo sin intención de aparecer en la foto.
El
trabajo de un historiador o novelista se facilita, pues en los periódicos del
pasado encuentra esencia y no relleno.
En
aquel entonces, nadie molestaba a los políticos corruptos. Hoy se les
entrevista para terminar con encabezados como: “Niega el gobernador X vaciar
las arcas del estado”. En ambos casos el lector ya sabía que su gobernante era
un ladrón.
En
aquel entonces toda noticia podía esperar hasta la mañana siguiente, así es que
se corroboraban los datos. Hoy se tiene permiso de publicar cualquier rumor,
pues no se dice “ocurrió tal cosa” sino “circula en medios sociales que ocurrió
tal cosa”.
Si hoy
leo un periódico, puedo enterarme de que un niño se tragó veinte Legos, una
maestra de Detroit se acostó con un alumno, un alemán halló un armadillo en su
maleta, en India se hundió una balsa y en Australia alguien crió un tomate de
dos kilos. Tanta noticia que no es noticia.
Claro
que en aquel pasado también existían
notas ociosas. Había en el aeropuerto un periodista de planta que reportaba
los viajes que hacían ciertos personajes de sociedad, solos o con sus
distinguidas esposas. Aunque creo que esto todavía se da en ciertos pueblotes.
Siempre
hubo noticias culturales. Llegaron a ser suficientes para justificar una
sección de cultura. Mas de un tiempo a la fecha, a golpes de natura, se empieza
a confundir con la sección necrológica.
No sé
si hoy la sección más fútil sea la de choques y atropellados, la de chismes o
la deportiva. No me explico por qué alguien quiere seguirle la pista al
embarazo de una actriz ni por qué otro que vio un partido de futbol en el
televisor, al día siguiente quiere leer cosas como: “Fulano de tal empató al
minuto veintisiete con certero remate de cabeza ante la infructuosa estirada
del guardameta mengano.”
Tampoco
me explico, amigo lector, por qué en vez de tomar aquel libro de Tolstói, llegó
usted a leer estas líneas hasta el punto final.
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