Sin
importar lo que hagan o dejen de hacer Ucrania, Putin o la OTAN, la península
de Crimea también es nuestra. O al menos lo es de los lectores que se la
apropien a través de la literatura.
Por
ahí pasó Pushkin durante su exilio, en tiempos en que México apenas estrenaba
su independencia. Se detuvo a admirar en un antiguo palacio islámico la llamada
Fuente de las Lágrimas, lo cual le inspiró a escribir “La fuente de
Bajchisarái”, que en unos versos dice: “Majestuoso
Oriente, cuán apacibles son tus noches, cuánta magia destilas en el alma, cuantas
delicias florecen para aquellos que adoran a Mahoma”.
Muy
cerca de ese palacio se halla Sebastopol, que además de nombre de ciudad es el título
de tres relatos de Tolstoi sobre la guerra de Crimea. “Tu primera impresión es
de sumo desagrado: una extraña mezcla de la vida militar y civil, de la bella
ciudad y el sucio campamento… Y puedes imaginar que todos tienen miedo, que la
gente anda de un lado para otro sin saber qué hacer… Sin duda te decepcionarás
cuando conozcas Sebastopol”.
Si
bien, en tiempos de paz, Tolstoi se expresa de modo distinto: “La vida en
Crimea era una fiesta permanente para Eugenio, además de ser instructiva y
benéfica”.
Durante
esa misma guerra se dio una imprudente e infructuosa carga de caballería por
parte de seiscientos ingleses en la batalla de Balaclava. Muchos fueron
masacrados por los rusos y su recuerdo quedó en el poema “La carga de la
brigada ligera”, de Alfred Tennyson.
“Cañones a su derecha, cañones a su
izquierda, cañones delante de ellos… a las fauces de la muerte, a la boca del
infierno, marcharon los seiscientos”.
La
Yalta que buena parte del mundo conoce por la reunión en la que Stalin, Churchill
y Roosevelt retrazaron el mapa de Europa, años antes fue escenario de un
romance entre Dmitri Gúrov y Anna Serguéyevna, mejor conocida como “la dama del
perrito”. Aunque está muy lejos de ser un sitio paradisiaco como las playas
mexicanas, la gente de aquel lado del mundo encuentra sumo placer en tenderse
en playas rocosas entre un gentío más denso que el de un hormiguero.
Es un
sitio lleno de hoteles que antes eran sanatorios, pues un clima más benigno que
el de Moscú o San Petersburgo lo convirtió en destino de tuberculosos,
parturientas y demás enfermos. Era el remedio que recetaban los médicos a los
ricos. En esta capacidad la mencionan una buena cantidad de escritores rusos,
entre los que contamos a Dostoievski, Artsibáshev, Goncharov, Gorki y el propio
Chéjov, quien, como buen médico, mandó varias veces a sus enfermos y personajes
a Yalta, tal como nos cuenta en “La esposa”: “Seis meses después, sus colegas
le diagnosticaron una tuberculosis incipiente y le recomendaron que se fuera a
radicar a Crimea.”
Para
los tiempos de El maestro y Margarita,
los escritores soviéticos consideraban todo un lujo que el Estado les
concediera una estancia de uno o dos meses en Yalta. Si bien, para cuando la
novela se publicó, ya Nikita Kruschev en un gesto de noble borrachera había
cedido Crimea a la República Socialista Soviética de Ucrania.
Mas
hoy vemos que palo dado, Putin lo quita.
Hola. Soy estudiante de Letras Hispánicas de la UNAM. En la clase de Lit. mexicana leí "Lontananza", y fue uno de los mejores libros que leí ese semestre. Escribí un ensayo sobre él, y te lo quería enviar (si no es molestia) por correo, pero no conseguí tu dirección. Me parece una obra muy coherente y de una estructura unitaria que es difícil encontrar en la lit. de hoy.
ResponderEliminarSería posible que te lo enviara a algún corre electrónico?
dtoscana@gmail.com
ResponderEliminarese es el correo del señor Toscana, soy seguidor de él. amante de las letras por igual. radico en Tijuana. ya leíste Duelo por Miguel Pruneda?
saludos.