Siempre
se ha dicho que buena parte de los mexicanos canta el himno sin entender
cabalmente su significado. Es la bendita costumbre de repetir sin pensar.
Algo
parecido le ocurre a buena parte de los cristianos con el Credo, con el cual
una mayoría de parroquianos declara con mucho sentimiento creer en cosas que no
entiende. Haga la prueba y pregúntele a su pariente más devoto qué significa
eso de “luz de luz”. ¿Por qué se dice que el hijo fue engendrado, no creado? ¿Qué
es la consustancialidad? Si el hijo nació antes de todos los siglos, ¿entonces
quién era el bebé que le salió a María? ¿El Espíritu Santo es el que da la
vida? ¿En la práctica recibe la misma adoración? ¿Cuál es la diferencia entre
decir “Dios de Dios” y “Dios verdadero de Dios verdadero”? ¿El bautismo es para
el perdón de los pecados?
Así
confiesen cada domingo que creen en la resurrección de los muertos, lo cierto
es que no creen. La idea de gente que sale de sus sepulcros en cuerpo y alma
ahora pertenece a los bodrios de Hollywood, y cualquier intento por darle otro
significado a la resurrección es torcer el concepto original.
Siempre
me extrañó que se usara el término “consustancial” y no “coesencial”, pero
ahora que aligeraron el Credo con el insípido “de la misma naturaleza”, me
parece que algunos doctores de la iglesia no leyeron bien a los filósofos
griegos ni estudiaron sus etimologías latinas.
Aunque
el Credo acabó por perder lo romano de la iglesia, me parece curioso que nunca
haya dejado el calendario romano, pues aún hoy Cristo no murió en tiempos de
Cristo, sino de Poncio Pilato.
La
parte que me resulta más simpática es la de “según las escrituras”. Equivale a
decir “no es que yo me lo crea, pero está escrito”.
Aunque
hago estos comentarios y preguntas de manera ligera, lo cierto es que aún en
ese nivel es difícil responder. Allá cuando era creyente me ocupé en tratar de
entender lo que yo aseguraba creer. Al manosear el concepto de Espíritu Santo
sin comprenderlo estaba en riesgo de blasfemar contra él y entonces estaría
condenado para toda la eternidad. Sin embargo, ningún folletín con el título
“El Credo explicado” explicaba nada. Mucho menos el cura de mi parroquia.
Había
que meterse en libros. Historia del cristianismo. Del imperio romano. Algo de
filosofía. Por supuesto había que leer La Biblia. No estaba de más leer el
Credo en latín.
Más
allá de la razón, debía admitir la consustancia, como debía aceptar
transustanciación. Y al final hube de reconocer que no creía en todo eso.
Entonces,
para no mentir descaradamente en el templo, tenía tres opciones. Una era
saltarme las partes en las que no creía. Otra, como los niños, poner zafos. La
tercera opción era parafrasear el “según las escrituras” y terminar el Credo
con “según los obispos de los primeros concilios ecuménicos”.
Pero
nadie vaya a tomar mis comentarios como un llamado a la incredulidad. Lo que
quisiera es que esos creyentes de memoria y letanía corrieran la aventura de
meterse en un mundo de veras apasionante: el de la literatura religiosa, la de
verdad, la que cuestiona, la clásica, inteligente y reveladora; no la del burdo
folletín dominical.
Hola, la verdad es que cuanto más te esfuerzas en comprender el catolisismo, más te acercas a la incredulidad. Sin afán de pedir que nos hagas la tarea, sería fantástico que hicieras recomendaciones sobre libros donde traten temas religiosos con suficiente rigor. Saludos
ResponderEliminarAgregaría la necesidad de vincular la cultura hebrea a todo el credo. ¿no?.Saludos y felicidades. Me gusta mucho tu blog.
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