Hablaría
con las beatas. Les diría que ya estoy volviéndome loco con tanta repetición de
avemarías y padrenuestros, que por culpa de ellas me puse tapones en los oídos
y ahora no escucho a nadie. Señoras, pónganse a leer poesía, a Sor Juana, a San
Juan de la Cruz, también a Sabines y Gorostiza y Villaurrutia. Trabajen toda la
vida en escribir un poema, un gran poema con el que me van a adorar y sólo
recítenmelo una vez, pues soy dios y entiendo a la primera.
Si
fuera ese dios que está en todas partes y todo lo ve, me sonrojaría un poco por
vigilar a las adolescentes en la ducha. Haría el propósito de quitarme el
maldito vicio de meter las narices donde no me llaman, de pillar a los niños
cuando mienten.
Me
causaría ternura la gente que en verdad cree que la fe mueve montañas, como si
no les bastaran miles de años de historia para concluir lo contrario. Supongo
que despreciaría al papa por inventarse que es mi embajador, por predicar que
soy un postestalinista que envía a un gulag ardiente a cualquier librepensador.
A los
que me llaman Alá, les diría que me encanta el alcohol y otros excesos, que me
parezco más a Dionisio que a esos tediosos todopoderosos inventados en Oriente
Medio. Es más, recordaría con nostalgia las formas y modos que me dieron en la
Grecia antigua; agradecería sus versos, mi protagonismo en sus relatos.
Sobre
todo, les agradecería a esos helenos que no me dejaron solo, pues con la
invención del monoteísmo me pegaba unas aburridas sin fin. Me quitaron a
Afrodita y resultaba que para estar con una mujer había de enviar un emisario que
la preñara por telepatía.
Si yo
fuera dios preferiría escribir mi mote en minúsculas. Por favor nadie me llame
Dios Toscana. Me parecería un exceso que el pronombre “él” lleve mayúsculas cuando
se refiere a mí. Si yo obedezco las leyes naturales, ¿por qué no obedecen
ustedes las ortográficas? La RAE dice que la mayúscula es señal de respeto, como
si llamarle a alguien Idiota fuese más respetuoso que simplemente idiota.
Quizá
lo que menos me gustaría de ser dios sería lidiar con los muertos de cada día.
Alrededor de 300 mil diarios, venidos de todo el mundo, llamándome con
distintos nombres y adorándome a su manera. Mentira que tengo don de lenguas.
Hay gente que pasó la vida orando y no le entendí ni jota. Ahora será muy
cansado explicarles que la eternidad y la inmortalidad del alma y la reencarnación
son cosas que se inventaron ellos solitos, hacerles ver que el hombre, después
de muerto, tiene la misma suerte que un pinacate. Es triste verlos marcharse,
cabizbajos, hacia el no ser.
Cuando
estoy cansado, mando a Aristóteles para que los eche. Con su toga, barba y
mirada inteligente, bien da el gatazo de ser dios. Sócrates no, pues es muy
feo.
Ya
hablé más de la cuenta y entonces debo confesar que a algunas personas sí las
recibo en el paraíso. Son filósofos, escritores, artistas, científicos, lectores
astutos, quienquiera que dedicó la vida a cultivar el cerebro. La gente
ordinaria aburre en un minuto. ¿Qué serían los siglos de los siglos con tipos
sin conversación, sin ideas, con gente que pasó la vida viendo tele y futbol?
También
confieso que no la pasamos siempre conversando, y el desequilibrio que nos dejó
la historia lo remediamos con las once mil vírgenes.
Deberia ser Dios.
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