Uno de
los movimientos sociales más ingenuos que ha visto la historia es el de Ocupar
Wall Street. Muchachitos bien portados y ordenados que hasta recogían su
basura. Se sentaban en una plaza, soltaban alguna cantinela y sanseacabó. ¿A
quién presionaron? A nadie. ¿Qué cambiaron? Nada. ¿A quién ridiculizaron? A
ellos mismos.
Lo
curioso es que hubo una respuesta opresora y hasta violenta por parte de las
autoridades sólo para dejar claro que la tierra de la libertad hace mucho que
dejó de ser la tierra de la libertad.
Esos
chicos saltaron de sus poltronas televisivas a las plazas públicas. Llevaban en
la cabeza una idea tan guanga como aquella contra la que supuestamente
luchaban. No habían leído a su propio Henry David Thoreau y seguro sólo
conocían a Gandhi los que vieron la película. Si a esos chicos les hubiesen
encargado la toma de la Bastilla, ahora en Francia gobernaría Luis XXXII.
La
espontaneidad, la nobleza de las intenciones e incluso las agallas son poca
cosa para lanzarse a un movimiento social. Hace falta inteligencia, mucha
inteligencia. No por darle un manotazo a las piezas del contrario se siente que
se ganó la partida de ajedrez.
Ahí
está el hombre de Tiananmen. Un ejemplo de valentía. Una inspiración para
todos. Y sin embargo, es probable que hace más de veinte años haya recibido un
balazo en la nuca en alguna prisión oscura sin que nadie diera la cara por él.
Ahí
están los españoles. Salen con mucha frecuencia a las calles, ¿y quién les hace
caso? ¿Es que no acaban de entender que buena parte de los Estados son crimen
organizado? ¿De veras creen que ir a una plaza a gritar consignas le quita el
sueño a un pillo profesional?
En
México hay plantones que se han prolongado por años. ¿Y qué reciben además de
las promesas de un funcionario segundón?
Ahí está
el gober precioso que se rió en la cara de los poblanos cuando hicieron un par
de marchitas para solicitar su renuncia.
Antes
se decía que a los políticos, como a las moscas, se les mataba a periodicazos.
Ya ni siquiera la prensa tiene ese poder. ¿Cuántos periodicazos les tiraron a
los Larrazábal en Monterrey y siguen tan campantes? ¿Cuántos en Coahuila a Moreira?
¿Cuántos…? La lista es interminable.
Las
marchas, los plantones, los periodicazos, los discursos, las columnas en medios
más o menos independientes, las críticas en redes sociales, a todo eso se
volvieron inmunes las gentes de mero arriba, sean políticos, banqueros, narcos
o empresarios. Además, aun si se reúnen 300 mil personas en una plaza, el
político de colmillo retorcido dirá: Aquí faltan al menos otros 110 millones de
mexicanos.
Cualquier
movimiento social debe al menos asegurarse una buena cantidad de ideas en las
cabezas de sus miembros; una buena cantidad de libros. Ya como mínimo, que
todos sus integrantes lean a Sun Tzu. ¿Qué importan mis buenas intenciones si
no conozco el punto débil del oponente? ¿Dónde le pego para que le duela? ¿Cómo
hago para derrotarlo? ¿En qué términos defino mi victoria?
A
gringos, franceses, españoles, griegos, mexicanos y tantos otros que en el
mundo convocan a marchas multitudinarias hay que decirles que ya se inventen
otro truco.
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