Hace
tiempo estaba con un profesor gringo en los Estados Unidos. Me llevó a su casa
y me mostró su enorme biblioteca dedicada exclusivamente a literatura mexicana,
pues esa era su especialidad. Entusiasmado, fui recorriendo los estantes y
detectando algunas obras que tenía ganas de leer.
¿Qué
te pareció ésta?, le pregunté mientras le mostraba una novela. Él hizo un gesto
de quien algo huele mal. Es muy aburrida, me dijo.
¿Y ésta?,
saqué un ladrillón de un estante superior. No te la recomiendo, me respondió.
Seguí
revisando y le mostré una tercera. Pura violencia gratuita, me dijo. El final
es ridículo.
Cuando
salí de su biblioteca le dije: Eres experto en algo que no te gusta.
Para
darnos idea del extremo de la especialización en las universidades, cuento que
una vez conversaba con quien se dice el mayor conocedor de Don Quijote en la
academia gringa. Entre café y café, le hice una pregunta sobre el Quijote de
Avellaneda. “No lo he leído”, me contestó. “Sólo soy especialista en el Quijote
de Cervantes”.
Y así,
son numerosos los mexicanistas o latinoamericanistas que saben poco o casi nada
de los clásicos rusos, franceses, alemanes… Especialistas en Rulfo no leen a
los autores que leía Rulfo.
Hace
ocho meses hablaba sobre esto en Sao Paulo, en una palestra sobre crítica
literaria, y rematé diciendo: Por eso Toscana no da clases en universidad, pues
los cursos son sobre literatura de tal país o región o época o género; y yo soy
sólo especialista en las novelas que le gustan a Toscana.
Entre
el público se levantó una mano. Un profesor de la Universidad del Estado de Río
de Janeiro dijo: Eu gostaria invitar você na
minha universidade, para que fale dos romances que Toscana gosta.
De
modo que hoy escribo esto sentado frente a una ventana que da al parque de Flamengo.
Las
universidades de Brasil están en paro desde hace algunos meses; pero cuando se
habló con el comité de huelga, “el señor viene de México y va a hablar de
literatura”, las puertas se abrieron.
Brasil
debe ser hoy el lugar más interesante, bullente y vivo del mundo. Profesores
brasileños han dejado sus cátedras en países oxidados del primer mundo para
volver a su país, pues se percibe que algo grande se está cocinando y no se lo
quieren perder.
El
entusiasmo e interés del público que asiste a los teatros no lo he visto en
otras ciudades tradicionalmente teatrales, como París o Nueva York. Ahora Río y
Sao Paulo son esos lugares donde si puedo hacerla ahí, puedo hacerla en
cualquier parte.
Gran
mentira que este sea un país de samba y futbol. Los brasileños tienen hambre de
saber, tocar, probar, cuestionar, apreciar. Por eso se han volcado hacia las
universidades, y la respuesta de éstas fue complicar el ingreso y la
permanencia vía ataques al bolsillo.
Es una
lástima que ahora Brasilia quiera gastarse una fortuna en promover a ignorantes
que corren, brincan, forcejean, nadan y se equilibran en una barra; meterle una
fortuna al futbol y las olimpiadas mientras deciden retirarle el apoyo a la
educación.
Cualquier
asalto que se haga a las universidades por parte del Estado no es una mera
insensatez del gobierno. Es un crimen contra la humanidad.
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