Al gordo Comodoro hay que llevarle
chocolates; de lo contrario, no habla. Está sentado en su eterno sillón de
mimbre, mirando una nube de polvo que se cuela por la ventana. Se zampa el
primer chocolate, ya blando por el calor. Está descamisado, y me desagrada ver
su barriga blancuzca de tres pliegues.
En nuestra conversación anterior se quedó
dormido cuando hablaba de la democracia mundial. Le pido que continúe con el
tema.
Ah, Toscana, otra vez con eso. Tratándose
de política, el todo es menos que la suma de sus partes. Hay países, como los
Estados Unidos, que internamente funcionan como una democracia, mientras por
fuera se pasean con espíritu de despotismo nada ilustrado. Así, el mundo no
será una democracia ni aunque todos los países del globo tengan gobiernos
democráticos.
¿Tienes alguna propuesta?
La credencial de elector global. Si tanto
hablamos de globalización, incluyamos también la política. Dividimos a los
países en activos y pasivos; tornillos y tuercas; machos y hembras, o como
quieras. Los pasivos se las pueden arreglar solos. Está muy bien que Belice
tenga sus elecciones y que solo voten los beliceños.
Comodoro, le digo, usas un mal ejemplo,
porque Belice…
No me corrijas, Toscana, que no somos
iguales.
Guardo silencio y Comodoro continúa.
Pero si un país quiere ser protagonista,
si quiere profanar con su planta mi suelo, entonces debe darme derecho al voto;
para eso tendré mi credencial mundial con fotografía.
A mí me afecta quién se muda a la Casa Blanca , pues ahí
se deciden cuestiones de migración, inversiones, estabilidad del peso,
políticas contra el crimen o a favor de este, deuda externa; desde allá le
dictan a mi presidente cuándo y cómo debe encorvarse. Ergo, yo debería tener el
derecho de votar en sus próximas elecciones presidenciales.
Me parece utópica tu propuesta.
Ah, Toscana, entonces ve a escribir tus
novelitas y déjame en paz; pero antes escúchame. No pretendo que mi voto valga
tanto como el de un gringo, pero digamos que los votos mexicanos puedan valer
un tercio de punto. A los ciudadanos de otro país más independiente, como
Brasil, se les darían votos que valgan una décima de punto.
Comodoro mete la mano a la caja de
chocolates y se come dos; luego se lame los dedos.
¿Qué pasa con Oriente Medio?
Los votos de cualquier país candidato a
ser invadido por mero espíritu republicano valdrían tres puntos.
¿Más que el voto de un estadunidense?
Por supuesto. Para un gringo promedio,
votar se reduce a asuntos de impuestos, precio de la gasolina y seguridad
médica. Para otros pueblos es mucho más relevante. Ya hice los cálculos. Si en
las elecciones gringas del 2004 hubiese votado el mundo entero, Bush habría
obtenido solo el dos por ciento de los votos. Y sin embargo, en su país, y con
ciertas técnicas priistas, logró la mayoría.
¿Y en las siguientes elecciones?
Pregúntame hasta noviembre, y entonces
estaré seguro. Por lo pronto estimo que los electores mundiales le darían a
Obama el 90 por ciento. Sin embargo, de aquí a noviembre no podremos empadronar
al mundo, así que Romney tiene posibilidades de ganar. Pero no me gusta hablar
de política, sino de mujeres.
Yo asiento y me despido, aunque viéndolo
ahí, obeso y enchocolatado, estoy seguro de que su tema no son las mujeres.
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