Mohylek |
Si yo fuera escritor, escribiría en
español. Al principio eso me parecería muy bien, pues hay quinientos millones
de hispanoparlantes; después me desilusionaría, ya que la cantidad de
hispanolectores es mucho menor.
Intentaría estudiar y practicar el
uso correcto del idioma y ampliar cuanto pudiera mi vocabulario para llamarle a
las cosas por su nombre. Por supuesto evitaría los errores más comunes, como
ponerle acento a “ti”, usar “eventualmente” como equivalente del inglés eventually
o marcar el plural en los números al decir, por ejemplo, “los años treinta”,
tal como nadie dice “los días treintas de cada mes”.
Para educarme, leería algún buen
diccionario español de la A a la Z. También el Diccionario de Autoridades
porque hay tantas palabras que ya no usamos y no estaría de más rescatarlas.
Leería una gramática actualizada y el Diccionario Panhispánico de Dudas.
Al final, repasaría un buen diccionario etimológico.
Por supuesto leería una y otra vez a
los autores del Siglo de Oro, pues desde aquella época no se ha usado la lengua
con tanta belleza, originalidad, ritmo y novedad. Esos clásicos tendrían mucho
más que enseñarme sobre la escritura que el traductor de Faulkner.
Tal como los matemáticos no suelen
pensar que en la escuela les enseñaron lo necesario para dominar su oficio, yo
evitaría el error de pensar que en la escuela aprendí a escribir y que basta
ser muy ocurrente para convertirse en narrador, pese a que algunos escritores
de éxito no parecen contar meras ocurrencias con las herramientas verbales que
les dieron en la escuela.
Si yo fuera escritor no comprendería
por qué entre la editorial y el librero se quedan con el noventa por ciento del
precio de venta de mis libros y a mí solo me toca el diez. No me gustaría tener
que poner mi foto en la solapa junto con una petulante biografía y dos o tres
comentarios de mis compadres. Pediría que no se imprimieran los elogios de
algún santón que evidentemente no leyó el libro.
Celebraría que no existe la censura,
que puede decirse todo, mas no por eso procuraría decir todo. Las artes
literarias tienen fines más elevados que explotar la libertad de palabra o asustar
a las abuelas beatas.
Tienen también propósitos más nobles
que narrar una historia policiaca; pero ante la presión de los editores y ante
la envidia que sentiría de ver cómo otros compañeros se vuelven exitosos
contando cualquier mamarrachada más parecida a una serie televisiva que a un
libro, de seguro ya estaría modelando a mi excéntrico detective para armar al
menos una trilogía. Lo construiría con los clichés necesarios: apasionado por Rimbaud,
Chandler, el güisqui y los huevos crudos. Sería un macho mal amante, pero en mi
imaginación limitada pensaría que estoy describiendo a un hombre gran amante.
Me extrañaría que me ofrecieran
dirigir un centro cultural, tal como si a un ebanista lo nombraran mero mero
del aserradero. Aun así, aceptaría el puesto para demostrar que sí se vive de
las letras.
Al regentear el centro cultural
pagaría administradores, afanadoras, asistentes, recepcionistas, veladores, la
luz, el agua, el gas, el teléfono, plomería, jardineros y mantenimiento general.
Luego invitaría a un escritor a dar una conferencia. Le diría que me disculpe
por no pagarle, pero no hay presupuesto para actividades culturales.
Cada que puedo me pierdo con una toscanada; esta aberrante idea de ser escritor la tengo clavada en la almohada. Gracias por esta toscana. Un abrazo!
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