Cuando publiqué en 1998 mi novela Santa
María del Circo, un periodista me pidió que fuéramos a un circo que se
presentaba en Monterrey para sacar unas fotos. El día de la sesión, me llamó
para cancelar. “Dijeron que si te parabas por ahí te iban a romper el hocico”.
Años después, el cineasta Juan N.
López armó para Canal 22 una serie titulada Atrapados en la ficción.
Buscó un circo para entrevistarme. Al principio le abrían muy amablemente las
puertas como se le suelen abrir a la televisión. Mas apenas mencionaba mi
nombre, la actitud cambiaba. “A ese señor no lo queremos aquí”. Alguien más dijo
que me echarían en la jaula de los tigres.
Encontró esa negativa en cada carpa,
fuera atáydica o modesta, de modo que tuvimos que filmar el programa en el
Museo de las Intervenciones.
El Museo de las Intervenciones tiene
poco de circo, pero el circo tiene mucho de museo. Más que ir a divertirse, uno
puede asistir para contemplar cómo se divertía la gente en el pasado. Me tomo
la libertad de citar a don Alejo, del circo Mantecón Hermanos:
“Estoy de acuerdo con que el circo
es repetitivo, nada hay nuevo bajo la carpa, pero a la vez nada es tan poco
exclusivo como las bobadas de los payasos; se vienen repitiendo desde que el
hombre es hombre, dentro y fuera de la carpa. ¿Y me ves fuerzas para luchar
contra la estupidez? Terminé por aceptar las reglas del juego. Ir al circo es
como ir al museo. Vean, señores, así se divertía la gente en la antigüedad,
cuando el cerebro era una nuez. Y de nuevo, aquello contra lo que luchaba se
convirtió en fuerza. La costumbre puede matar un espectáculo que se precia de
original; en cambio el circo, a base de repetirse, ya se volvió una tradición;
y la gente no cuestiona las tradiciones, simplemente las acepta y vive con la
idea de que son buenas si son religiosas; sabrosas si son de comer;
interesantes si vienen de los indios; y divertidas si son un espectáculo. ¿La
tradición ordena que el circo sea algo ameno, emocionante? Pues así sea, aunque
tú y yo sepamos que es tan aburrido como otras tradiciones estúpidas: los
voladores de Papantla, la música de tambora, la danza de los viejitos, la rosca
de reyes, la Guelaguetza. Benditas sean las tradiciones que nos dan sustento a
los personajes más anacrónicos y repetitivos de este país de mierda. Sí, señor,
la gente no quiere poemas sino estribillos”.
Parece que los foros circulares no
gozan de buena salud. El circo romano murió. Los toros agonizan. El Polyforum
Siqueiros está enfermo de capitalismo agudo.
No sé si los cirqueros también
amenazaron a Mancera y sus legisladores con romperles el hocico o echarlos a la
jaula de los tigres. Supongo que no. Al menos no públicamente. Por mi parte me
siento contento del dictamen que, como críticos literarios, los cirqueros
hicieron de mi novela. Si alguno de verdad me rompiera los dientes, me sentiría
bien pagado. Me habría parecido un mejor juicio literario que cuando me llaman “uno
de los mejores escritores de su generación” en un país donde todos los que
hemos publicado un libro somos uno de los mejores escritores de nuestra
generación.
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