Supongo
que estaría en la banca de algún equipo segundón. Pero vamos a imaginar que
tuviera las habilidades para ser una estrella en Europa.
Antes
que nada le pediría a mi entrenador que me permitiera jugar solo en casa, pues
detestaría tanto viaje instantáneo, sin tiempo para visitar las ciudades, sus
museos, mercados, catedrales y demás sitios. ¿Vamos a jugar contra el Paris
Saint–Germain y no puedo visitar el Museo de Orsay? ¿Vamos contra la Fiorentina
y no puedo ver la galería Uffizi? ¿Contra el Chelsea y no tengo entradas para Hamlet?
No me
gustaría pasar frente a un bar y descubrir a un grupo de escritores bebiendo.
Saber que ellos alcanzan con el alcohol el clímax en sus discusiones; en cambio
a mí, pobre futbolista, ídolo de la juventud, ejemplo para los niños, alguien
me tomaría una fotografía para acusarme en los medios de ser un irresponsable solo
porque me vieron con una botella de tequila.
Además
los miraría con envidia, pues debe haber al menos sesenta escritores mexicanos
jugando en la liga literaria europea, mientras que ¿apenas cuántos futbolistas
hay? Si bien, me conformaría al saber que mucho más gente en México estaría
pendiente de mis hazañas que de las de ellos.
Aprendería
un poco de los libros para huir del lugar común, pues ahora en la conferencia
de prensa tras un triunfo solo sabría decir: “No hay que echar las campanas al
vuelo”, y tras una derrota: “Hay que echarle ganas”. En ambas situaciones
conjugaría el verbo echar.
Mejor,
tras un triunfo, soltaría alguna cita cervantina como “y tanto el vencedor es
más honrado, cuanto más el vencido es reputado” o luego de una derrota podrían
venir las palabras del buen Sancho: “Y en estas cosas de encuentros y porrazos
no hay que tomarles tiento alguno, pues el que hoy cae puede levantarse mañana,
si no es que se quiere estar en la cama, quiero decir, que se deje desmayar,
sin cobrar nuevos bríos para nuevas pendencias”.
En el
campo me costaría obedecer al entrenador y no criticarlo cuando me sentara en
la banca, pues nunca he entendido por qué en la vida política defendemos la
democracia pero aceptamos las dictaduras en las instituciones. No me gustaría
hacer tiempo cuando vamos ganando. Procuraría aguantar el dolor de manera
viril, sin andarme revolcando en el suelo como niño malcriado cada vez que me
dan una patada. Recordaría que ese comportamiento es inaceptable en el futbol
llanero. Me daría vergüenza necesitar porras para hacer mejor mi trabajo.
Supongo
que uno de tantos entrenadores que no acaban de dominar su oficio me llamaría
para ir al mundial de Brasil. Iría, por supuesto, aunque sin acabar de entender
por qué el gobierno de un país decide comprometer su situación económica para
organizar unos partidos de futbol que suelen ser por demás aburridos. Tanto así
que a veces lo más memorable es darle a alguien un cabezazo en el pecho o meter
un gol con la mano o una atractiva muchacha en el público.
Además,
un mundial es una fiesta anticlimática. Cuando comienzan las eliminatorias hay más
de doscientos de países interesados. Para cuando llega la final, solo restan
dos.
Yo no
lo sé de cierto, pero supongo que si fuera futbolista querría ser escritor.
estaba esperando un texto con relación a las madres pero, siempre leo con gusto lo que usted publica.
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