El hambre es cosa natural en todos los
animales. El ser humano la siente y trata de saciarla. Sin embargo, en los
placeres de la mesa hay sabores que no se aprecian de manera natural y el gusto
por ellos ha de aprenderse.
Es difícil que alguien sienta placer
al enfrentarse al picante por primera vez; el goce viene con el tiempo y la
costumbre. Lo mismo suele pasar con el cigarro o el alcohol. Por eso lo normal
es que los animales ni fumen ni se emborrachen ni coman chile.
Que a los griegos les guste el ouzo
y nosotros prefiramos el tequila es un asunto de tradición, un aprendizaje del
paladar. Si bien, es más fácil que un griego aprecie el tequila a que un
mexicano disfrute el ouzo.
La primera vez que en Polonia comí
pato con salsa de arándanos me pareció una aberración. «A la carne no se le
pone mermelada», dije. Pero hoy disfruto la combinación de ciertos sabores de
frutas del bosque con carnes de animales también silvestres como el pato,
ganso, conejo o jabalí. Ya no soy el regio monotemático que solo es feliz con
su arrachera.
En India se entusiasman por el
críquet, mientras que a la mayoría de nosotros nos parece un deporte poco
apasionante. Antes de la era de la televisión, México tenía bien definidas sus
zonas futboleras y beisboleras.
Aunque hoy hay muchas mujeres que se
aficionan por el futbol, en otra época esta educación llegaba después del
matrimonio, cuando algunas se sentaban con el marido a compartir las sesiones
dominicales frente al televisor. Primero aprendían los rudimentos del juego,
luego se solidarizaban con el equipo del cónyuge, al final se entusiasmaban por
propia cuenta y acababan ellas por acaparar el sofá del séptimo día.
¿A qué viene esto? Son meros
argumentos para respaldar la idea de que el
gusto por la lectura ha de venir también por asimilación, costumbre,
moda o tradición.
Se sabe que buena parte de los
lectores nacieron en una casa con libros, donde veían leer a sus padres y
hermanos, donde se conversaba en la mesa sobre la experiencia lectora. Eso lo
sabemos muy bien. Lo que desconocemos es cómo duplicar dicho ambiente en las
escuelas. Si pretendemos hacerlo con maestros iletrados seguiremos fracasando,
y sin embargo de aquí a muchos años esa será la situación en las escuelas. Así,
antes de que la situación mejore, va a empeorar.
Por eso causa ternura ver cómo se
movilizan muchas personas para formar grupos de lectura, por cuenta propia o
apoyados por algún presupuesto oficial, para dar un poco de lo que la escuela
no ofrece; todo con un desinterés religioso. Pero estos grupos llegan a un
fragmento de la población, y no tienen cautivos a sus miembros durante seis
horas al día.
Los mejores resultados para atraer y
crear lectores no han llegado por vías oficiales, sino por el acierto de
personas como J. K. Rowling, Stephenie Meyer, Dan Brown y el propio Paulo
Coelho. Si bien, no todos los que se acercan a esos libros pasan a ser lectores
habituales ni todos los lectores desarrollan sus horizontes.
Hoy por hoy, el único país que tiene
la lectura, el libro y el escritor en el centro de su vida es Islandia. Si
nuestras autoridades de educación y cultura no están estudiando el caso de los
islandeses, de una vez que presenten su renuncia.
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