Coetzee
es un buen escritor. Me gustan mucho sus novelas Esperando a los bárbaros, En medio de ninguna parte y La edad de hierro. En cambio no me pude conectar con su
celebrada Desgracia.
Necesitaría una sobredosis de moral anglosajona para captar el drama del
profesor y una artificial blandura de corazón para conmoverme por la suerte de
los animales. De su Elizabeth Costello
prefiero no hablar. Pocas veces me he sentido tan estafado con la compra de un
libro.
Siempre
que comento mi poco entusiasmo por Desgracia,
alguien me responde más o menos así: “Pero la escena de la violación es
grandiosa”. Verdad es que ésa es la mejor parte de la novela.
Una
vez bebía una cerveza con un escritor negro sudafricano. Él estaba encomiando
la novela cuando le pregunté: “¿Te diste cuenta del asunto racial?”. El hombre
pensó un rato y negó con la cabeza. Le expliqué que en el mundo blanco era un
delito entregarse por amor, en cambio los negros violaban sin consecuencia.
Además había ahí un asunto extraño de animales expiatorios. “Civilización y
barbarie”, murmuró el hombre, y maldijo a Coetzee.
Cualquiera
que lea la novela y la filtre por una tradición judeocristiana y otra dosis de
platonismo, sabrá que el asunto es más profundo, pero no quise empujar a mi colega
sudafricano a que sacara peores conclusiones.
Hago a
un lado el asunto racial y vuelvo al tema moral.
Por
fortuna, creo que en Latinoamérica sería difícil escribir a la Coetzee
un dramón sobre un profesor universitario que se acuesta con una alumna. Nuestra
literatura no suele ocuparse de la tenue línea entre la virtud y el pecado,
sino acaso del disfrute del pecado. Por eso, si Lolita se hubiese escrito en Latinoamérica carecería de las
sutilezas que le dan ambigüedad.
Si
bien, esta ambigüedad desaparece para un lector hombre postcuarentón, a quien invariablemente
Humbert Humbert le parece una víctima de una adolescente perversilla.
De
cualquier modo el mundo entero se está contaminando cada vez más con esa moral
anglosajona de la novela de Coetzee. Por eso no somos moralmente más libres que
en épocas remotas.
El borracho
Marmeladov de Crimen y castigo
hoy tendría problemas con la ley. Para Philip Marlow no resultaría fácil
beberse una copa en cada oficina que visitaba. Hoy sería imposible acumular en
libertad las experiencias de Thomas de Quincey para escribir sus memorias como
consumidor de opio. Hoy harían picadillo a Ernest Hemingway si escribiese “La
vida breve y feliz de Francis Macomber” o “Las nieves del Kilimanjaro”. Los editores rechazarían a Schopenhauer. A
Coleridge no lo habría interrumpido una persona de Porlock mientras escribía Kubla Khan, sino un policía
federal. El templo de Salomón sería clausurado por las autoridades o por la Humane
Society. Un Quijote de hoy tendría que declararse
demócrata y respetuoso de todas las religiones.
Iván
Karamazov decía que si la inmortalidad del alma no existiera, entonces todo
estaría permitido. Se equivocó. Ahora está demostrado que el alma cesa sus
funciones al mismo tiempo que el corazón, y sin embargo tenemos muchos Moiseses
que trabajan para legarnos tablas con miles y miles de mandamientos para así no
distinguir entre el bien y lo permitido, el mal y lo prohibido.
Hola ¿qué tal? Leo sus columnas desde hace algunos años en Laberinto. La verdad me encantan y, le confesaré que, al igual que me pasó con Heriberto Yépez, pensaba que usted era un viejito. Hasta que mi papá me dijo que no era así. Recuerdo que mi columna favorita hasta ahora tiene que ver con los libros impresos y con lo que guardan entre las páginas, me gustó mucho, parecía cuentito. Bueno, de Coetzee he leído justamente los libros que no le gustan, jeje. Bueno. De Desgracia me pareció ver a un personaje que de meras simplezas se mete en un problemón, como cuando sigue a la prostituta en las primeras páginas, si mal no recuerdo, en fin. Excelente columna. En ocasiones no llega "Laberinto" a "Provincia" ni hablar. Saludos!!
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