Ayer comencé con mi lectura anual de Don Quijote. Me resulta un poco
absurdo hacer subrayados en este libro, pues es tan disfrutable que casi podría
tender una línea continua desde “En un lugar de la Mancha …” hasta “ya van
tropezando y han de caer del todo sin duda alguna”, junto con el “Vale” de
remate.
Esta vez me detuve largamente en el
capítulo dos, que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso
don Quijote. En el primer párrafo, Cervantes nos cuenta que el caballero
“embrazó su adarga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al
campo”.
En la edición del cuarto centenario
una nota nos dice que la puerta falsa es la “que no da a la calle principal”.
Mi curiosidad no quedó satisfecha. ¿Calle principal? ¿Si vivo en una
callejuela, entonces mi puerta delantera es una puerta falsa? Entiendo que la
puerta falsa debe ser una puerta trasera o lateral, pero prefiero investigar un
poco más.
El diccionario de la Academia me dice que es
la puerta que “sale a un paraje excusado”. El de autoridades me da una mejor
explicación: “suele salir a otra calle excusada, que sirve regularmente para el
manejo de los menesteres ordinarios de las casas”. Y agrega: “Puerta falsa se
llama familiar y jocosamente la vía por donde se expelen los excrementos
mayores”.
Dado que soy habitante de casas y
ciudades contemporáneas, y nunca he tenido sino la puerta principal o delantera
para atender al lechero, cartero, carnicero, a los que miden el consumo de gas
o electricidad, me quedo aún con ganas de tener más detalles sobre esa puerta
por la que salió don Quijote.
Me traiciono y paso de la palabra a
la imagen. Entro a Google, tecleo “puerta falsa” y le pido fotografías. Grave
error. En mi pantalla apareció una horripilante galería de suicidios. Mayormente
hombres. Casi todos ahorcados.
Me invadió la seducción del horror y
pasé buen rato viendo las fotografías, incluyendo la de un par de infortunados
que pasaron varios días colgados y se habían convertido en masas infladas
verdosas. Y es que el ahorcamiento es la muerte que más me horroriza. Si un día
decido terminar con mi vida, seguro que será de otro modo.
En ningún momento apareció una casa
antigua con una salida que pudiese identificarse con la puerta falsa de marras.
Y para acabarla de rematar, de cada
diez imágenes, una era de Guadalupe Loaeza.
Se me fue el hambre. Me puse triste.
Tardé en retomar la lectura.
Al fin volví al libro y continué.
Apenas siete líneas abajo, la novela nos dice: “había de llevar armas blancas,
como novel caballero, sin empresa en el escudo”.
Y aunque sé perfectamente lo que
para un caballero medieval son las armas blancas, me puse a curiosear en los
diccionarios, y después… imágenes Google. Galería de acuchillados.
Apacigüé pronto mi morbo y Cervantes
me dio un oasis de paz cuando describe al ventero “que, por ser muy gordo, era
muy pacífico”. Pero no había salido de ese segundo capítulo cuando Don Quijote
declama: “mis arreos son las armas; mi descanso, el pelear”.
Google me guiñó el ojo, pero le dije
que no. Bastante ingenuo resultaría yo si no anticipara las imágenes que me
esperaban a la vuelta de unos teclazos.
No sé si es un gusto o una tristeza que Google no esté a la altura del pasado uso del lenguaje castellano. Tal vez un Google arcaico sería la solución, una buena herramienta para nosotros los historiadores, aunque creo que prefiero la ambigüedad y el misterio.
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