En España, eso que se llama justicia
se está empleando para cometer un enorme crimen: el desahucio. Desalojar a una familia
de su casa es mucho más que dejarla sin techo. Es una humillación que no se
vive ni en el saqueo de tiempos de guerra.
Increíble que los jueces no digan
“yo no me presto a eso”, vergonzoso que la policía y la llamada Benemérita
Guardia Civil acepten participar en esos atropellos, como si no hubiesen de
respetar antes el juramento de proteger que la orden de atacar. Criminal que el
gobierno se esmere en rescatar a banqueros corruptos y luego les dé una mano
para azotar.
¿Qué puede hacerse cuando se está
desempleado, no se tiene ni un euro, y de pronto se ve en la calle, con mujer e
hijos, y en la acera, a la vista de cada peatón, están esas pertenencias que
daban la vida entre cuatro paredes, pero que se vuelven una afrenta en la
acera: colchones orinados, lavadora oxidada, refrigerador con un pollo que
pronto se va a pudrir, revoltijo de trastes, juguetes rotos, papelería, una
pantalla monocromática, una tele de cinescopio, ropa sucia y limpia, casi toda
arrugada, sofá de tapiz descolorido, una botella de jerez a medio consumir?
Quizás esté lloviendo.
Los banqueros rezan: Perdona
nuestras deudas como nosotros jamás perdonamos a nuestros deudores. Se les hace
agua la boca por el negocio doble, pues el desahuciado ya había pagado el costo
de su vivienda, pero no los intereses y recargos casi infinitos. Al desahuciado
no le hicieron ningún descuento, pero ahora ese piso lo comprará un especulador
a un tercio o cuarta parte de su valor. Sin duda, el especulador es socio de
los propios banqueros.
Ocurre que los países no legislan
contra esa rapiña. Esos españoles también vinieron a Polonia, se pusieron a
comprar con la certeza de que la mera compra provoca el alza de precios. Un
especulador me decía muy contento: hace tres años compré cuatro pisos en
Cracovia y ya duplicaron su valor. Bien por su negocito. Pero esto significa
que un polaco que había juntado para comprarse un techo notó que ya no le
alcanzaba.
La vivienda es un artículo de
primera necesidad. Cueste lo que cueste, la gente tiene que comprarla. Por eso,
si no se adoptan leyes estrictas y humanas, el mercado de viviendas, sin ser
monopólico, se carga con los vicios del monopolio. Necesita candados contra un proceso
de subastas despiadadas que empujan a la gente a la esclavitud de las deudas.
Y Rajoy, que se lleva bien con el
espíritu especulador, se puso en oferta: En la compra de un piso de 160 mil
euros, le damos gratis un permiso de residencia española. ¿Y cuánto cuesta la
nacionalidad?
¿Qué intención tiene Rajoy? En
primer lugar, hallarle comprador a todos esos pisos de los que echaron a sus
propietarios. En segundo, crear una demanda que mantenga alto el precio de los
inmuebles.
No conforme, el gobierno de Rajoy
planea otra embestida contra la gente y a favor de los dinerosos: prohibir que
los particulares renten a turistas algún cuarto o departamento, pues esto
afecta los intereses de las cadenas hoteleras.
Por supuesto, también se afectará al
turismo. Al encarecer las habitaciones, los turistas irán en menor cantidad.
Pero no importa empobrecer al país con tal de enriquecer a los ricos.
Lo que ocurre en España debe
interesarnos a todos. Se está llevando a cabo un experimento siniestro: ¿Hasta
qué punto puede prevalecer un capitalismo inhumano sin provocar otra cosa que
caminatas de gente por la calle con pancartas y cantilenas? Los financieros del
mundo están observando con interés. Si el hilo se estira casi infinitamente sin
romperse, se alegrarán, mirarán hacia otros países y preguntarán: ¿Quién sigue?
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