Si
Toscana fuese jefe del protocolo español, se habría asegurado de que el primer
ministro cargara con una bonita edición de Don Quijote. Tome, su
Santidad, y aprenda un poco lo que es convertirse en un héroe en estos días;
aprenda lo que es sacrificarse por otros, no de palabra, sino de acción,
aprenda lo que es deshacer agravios, enderezar entuertos y enmendar sinrazones.
El
papa, por supuesto, aceptó muy contento la camiseta; más contento que si le
hubiesen llevado incienso y mirra; y mucho más agradecido que Juan Pablo II
cuando un brasileño le regaló un burro. ¡La kurwa que me parió!,
dijo el pontífice recurriendo a su natal polaco. Llévate ese animal de aquí.
Y Benedicto
XVI, para evitar regalos que rebuznen o mujan, se encargó de desterrar burros y
bueyes de los nacimientos, sin reparar en los artesanos que viven de hacer esas
figuritas ni en los villancicos que los mencionan.
Pero
volviendo a Rajoy y su regalito… Once chicos que se tiran al suelo y lloriquean
si algo les duele son ahora los embajadores de ese país que de este lado del
mundo conocimos por sus hombres barbados y bien bragados. Es obvio que España
está viviendo un proceso de desprestigio crónico, pérdida de orgullo y hombría.
Apenas en el deporte se han mantenido arriba.
El año
pasado, Rajoy firmó a las prisas con los ejecutores europeos el rescate o
hundimiento de su país porque ya le andaba por tomar un avión rumbo a Varsovia.
En esa ciudad estaba lo que en verdad importa: un partido de futbol entre su
selección y la italiana. Entonces declaró: “Me voy a la Eurocopa tras haber resuelto
la situación”. Habrá que ver qué entiende el hombre por “resolver”.
En
esta cuesta abajo, su rey pasó del soberbio “¿Por qué no te callas?” al humilde
“Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Y la familia real emigró
de las revistas glamorosas para instalarse en las páginas amarillas.
Uno
echa un vistazo a los periódicos de la madre patria y se topa con una ristra de
situaciones que conocemos muy bien: corrupción, desempleo, tráfico de
influencias, impunidad, comercio ilegal, indocumentados, brutalidad policiaca, rapiña
financiera, políticos magnamente asalariados, legisladores cínicos, más
impunidad… Además, con un toque de capitalismo inhumano, pues en México se
corrigió pronto el problema de los deshaucios.
Y los
españoles, que de por sí nunca han tenido inclinación a la felicidad, lucen más
sombríos que de costumbre.
Tan
alicaídos se encuentran, que aquello que nosotros todavía conocemos como
“orgullo” o “prestigio” o “reputación” o “imagen”, ellos han bautizado con el
vulgar nombre de “marca”: la Marca España, le llaman, poniendo el nombre del
país a competir con Ives Saint Laurent, Porsche, Armani o quizás con McDonald’s,
Corona o Fruit of the Loom.
Lo
natural, en esta época de paradojas, es que quienes impulsan la marca son
precisamente quienes más hacen por devaluarla.
Sí,
señor. Hoy Toscana amaneció con ganas de ver la viga en el ojo ajeno.
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