Desde
su creación, en 1921, la
Secretaría de Educación ha estado encabezada por una mezcla
de políticos, administradores e intelectuales.
Por
ahí han pasado humanistas como José Vasconcelos, Moisés Sáenz, Jaime Torres
Bodet, Agustín Yáñez y Jesús Reyes Heroles.
Han
pasado también militares, ex presidentes, futuros presidentes, políticos y
administradores que no destacan precisamente por su labor intelectual o por una
previa vocación educativa. Recordemos los casos recientes de Ernesto Zedillo,
Josefina Vázquez Mota, Manuel Bartlett, Porfirio Muñoz Ledo…
Yo
había imaginado varios personajes que podrían ocupar el puesto en el gabinete
de Peña Nieto. Pero, ingenuo de mí, pensaba en intelectuales, humanistas, gente
que ya había demostrado su valía en el mundo de la cultura. ¿Chuayffet? Ni en
tres mil oportunidades se me hubiese ocurrido.
Y sin
embargo el nombramiento de un ex secretario de Gobernación no es descabellado,
pues la SEP se ha
convertido de un tiempo para acá en la
Secretaría de Conflictos Magisteriales, y tal vez el quinazo
de este sexenio se esté cocinando por ese lado. Dios mediante; o el diablo.
En su protesta
o toma de posesión, mal llamada “toma de protesta”, el propio Peña Nieto habló de
sus planes para la educación sin mencionar a los alumnos, sino solo a los
maestros.
Sea como
sea, venga lo que venga, los intelectuales, artistas y pensadores de este país
debemos distraernos menos con el Conaculta y enfocarnos más hacia la SEP. La educación debe ser el
asunto al que más dediquemos nuestros comentarios, críticas, propuestas y
esfuerzos. Esto va también para los jóvenes indignados: hay que exigir
educación de verdad. Lo demás se dará por añadidura.
La
pregunta aterrante es: ¿Por qué luego de nueve años en manos de la SEP el estudiante promedio
sigue siendo un iletrado?
Las
respuestas son tantas que es difícil saber por dónde empezar. ¿Por los
maestros? ¿Por los programas? ¿Por las instalaciones? ¿Por la mera voluntad de
hacer algo? ¿Por el presupuesto? ¿Por los nombramientos? ¿Mano dura o mano
blanda?
Entonces
vienen nuevos programas, más lemas, reestructuraciones, otras reglas, y al
final… la misma gata, nada más que revolcada.
Y
resulta que el problema no es tan complejo. Es más, resulta bastante sencillo
de resolver.
En vez
de realizar múltiples pruebas y llevar incontables índices para evaluar la
mediocridad, habrá que ir con niños, adolescentes y adultos que destaquen por
su actividad intelectual. A continuación se les pregunta: ¿Por qué no son
ustedes como la manada? Y la respuesta será invariable: Leemos.
Así,
no hace falta otro programa, año o sexenio de la lectura. Simplemente hace
falta una hora al día en que los alumnos lean, lean y lean. Así es como se
forman los lectores, las conciencias; así es como crece el espíritu, así es
como se fomenta la educación: leyendo. No hay atajos, no hay recetas, no hay
nuevas tecnologías para sacarle le vuelta al bulto ni técnicas de especial
motivación ni valen apapachos que eviten la acción: para leer hay que leer.
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