viernes, 6 de septiembre de 2013

Simultaneidad

He intentado varias veces comprender el asunto de la simultaneidad en la Teoría de la Relatividad de Einstein, pero no he podido. Lo he leído en libros para neófitos, para gente con nociones matemáticas, para físicos, de la pluma del propio Einstein, y sigo sin entenderlo. No me quito de la cabeza que dos eventos son simultáneos aunque el observador los perciba en distinto momento. Ahí no hay relatividad.
Como escritor, me maravillan las libertades que la novela tiene con el tiempo. Con enorme facilidad puede saltar del presente al pasado y al futuro, así como a posibles o perdidos pasados, presentes y futuros vía el subjuntivo. Ni siquiera hace falta un punto y aparte para brincar cien años en cualquier dirección.
Meras frases como: “Si ayer hubiese estudiado, hoy tendría un empleo que me permitiría comprar mañana una casa”, implican un retruécano temporal sobre tres quimeras. El pasado es lo que no ocurrió, el presente lo que no ocurre y el futuro…
Entre las artes, la novela parecería la dueña del tiempo, pero no es así, pues le está vedada la simultaneidad. Por supuesto el narrador nos puede contar que Anna Karenina baila con su marido; así tenemos dos personajes en un evento simultáneo. Pero es tan solo un evento.
Si dos personas hablan al mismo tiempo, la novela debe presentar primero lo que dice una y después lo que dice la otra.
En la novela, la simultaneidad no es relativa; es imposible.
La música, en cambio, donde todo es tiempo o tempo, es un presente que avanza y logra su mejor efecto en la simultaneidad de dos o más eventos. La música es tan dueña de su tiempo, que no depende de quien la escucha. No así el texto, que va de la mano del lector. Menos mal, pues un lector lento como yo sería en consecuencia un oyente lento y convertiría los andantes en adagios.
Ante la indicación del director, un violín a la izquierda y un bajo a la derecha pueden sonar al mismo tiempo, mas quien esté sentado junto al violín podrá escucharlos con una diferencia de 0.03 segundos. El director, parado en el centro, los escuchará al unísono. ¿Es esto la relatividad?
Por su parte, la pintura es el todo y el detalle, la simultaneidad y el paso a paso.
En ciertos pintores es difícil asimilar el todo de un vistazo. Pensemos, por ejemplo, en Brueghel. Captamos una serie de figuras, colores y tono. Pero luego lo divertido es mirar, poco a poco, cada detalle de la obra.
En cierto arte moderno es el todo lo que importa. La asimilación simultánea de la composición. Nadie se fascinaría con un trozo de salpicón de Pollock del modo como puede embelesar un fragmento de Hieronymus Bosch. Aunque tratándose de Pollock, lo cierto es que me da lo mismo ver el salpicón, que el todo o la nada.
La escultura, ni se diga, pues es tridimensional. Para captarla enteramente necesitamos de la cuarta dimensión.
Alguien me dirá que estoy pensando en la novela meramente como un aparato narrativo, y que puede alcanzar la simultaneidad no en dos eventos que ocurran al mismo tiempo, sino en dos o más interpretaciones del mismo evento. Y tendría razón.

Me pondré a pensar en eso, y tal vez un día escriba sobre el asunto.

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