Soren Kierkegaard tenía en muy pobre estima los periódicos y a los periodistas. Un sentimiento correspondido, pues
los medios impresos maltrataron bastante al filósofo danés durante su vida. “La
prensa está diseñada para volver imposible la personalidad”, escribió. Para él,
los periódicos eran la más profunda degradación del ser humano, un arma
monstruosa para liquidar todo lo que valía la pena, de modo que solo los
donnadies estaban a salvo. Con la prensa la gente perdía su individualidad.
Podían andar por el mundo sin opinión o, mejor dicho, con opiniones prestadas.
Alguien se avergonzaba de llevar la ropa o el sombrero de otro, pero se sentía
cómodo portando una opinión ajena.
El título de líderes o formadores de
opinión, que algunos columnistas llevan hoy con orgullo, le habría parecido
espeluznante. Alguien dirá que el propio Kierkegaard escribía para que su
opinión influyera sobre las de otros. Eso es verdad, pero él distinguía entre
el libro y el texto breve.
Nunca será lo mismo leer Ser y
tiempo o un libro serio acerca de las ideas de Heidegger que enterarse
en una columna que apoyó a los nazis y se preguntó por lo que verdaderamente
significaba ser. Nunca será igual leer Humano, demasiado humano
que enterarse de que Nietzsche dijo “Dios ha muerto” y que abrazó un caballo antes
de volverse loco.
El padre de Ludwig Wittgenstein era
quizá el industrial más rico de Austria. También era uno de los más cultos.
Seguro se habría reído de los empresarios y políticos de hoy, tan ocupados que
no tienen tiempo de leer, y que pagan por los resúmenes ejecutivos. Así pueden
simular que leyeron un libro en apenas una página.
A Kierkegaard, como a otros
filósofos de su época, le preocupaba el individuo, la autenticidad, el yo que no fuera parte de una
masa. La prensa diaria era el adormecedor de este individuo, un medio que cada
vez se hundía más y más junto con sus lectores. Puedo imaginar la baja opinión
que hubiese tenido de la televisión.
“¡Maldita la prensa! Si Cristo
volviera al mundo, estoy seguro de que no atacaría a los altos sacerdotes sino
a los periodistas”, escribió el buen Soren.
Este tipo de comentarios hacía que
la prensa se ensañara aún más contra Kierkegaard y él redoblara su desprecio.
Lo que debemos aceptar, es que hoy
los textos de Kierkegaard siguen vivos y los nombres de los moneros y
reseñistas que lo atacaron quedaron en la oscuridad. A él lo atacaron con la
opinión masiva, mientras que las opiniones de Kierkegaard eran
kierkegaardianas.
Ahí está la diferencia entre una
biblioteca y una hemeroteca. Quien lee el periódico se entera de lo mismo que
todos; quien lee libros forma un ADN intelectual muy personal. El libro puede
ahondar, la prensa se queda en la superficie. Quien ve la televisión no se da
cuenta de nada. La gente muy enterada está lejos de la inteligencia; se halla
más cerca de un disco duro que de un sabio.
No sé si me gustaría sentarme a
tomar una copa de vino con el cristiano cascarrabias de Kierkegaard. Imagino
que el tipo no me agradaría. Tal como seguramente no me agradarían Schopenhauer
o Nietzsche, por mucho que los admire en el papel. De los que he mencionado en
estas líneas, creo que el que tenía modos socialmente más aceptables era
Heidegger, luego Wittgenstein.
Esta mañana ya repasé la prensa
mientras bebía un café. Ahora estoy con un compendio de los diarios de
Kierkegaard. Por alguna extraña razón me interesa más lo que le ocurrió a un
tal Soren en Copenhague hace más de ciento sesenta años que lo que está
sucediendo hoy en el mundo.
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