viernes, 21 de marzo de 2014

Península literaria

Sin importar lo que hagan o dejen de hacer Ucrania, Putin o la OTAN, la península de Crimea también es nuestra. O al menos lo es de los lectores que se la apropien a través de la literatura.

Por ahí pasó Pushkin durante su exilio, en tiempos en que México apenas estrenaba su independencia. Se detuvo a admirar en un antiguo palacio islámico la llamada Fuente de las Lágrimas, lo cual le inspiró a escribir “La fuente de Bajchisarái”, que en unos versos dice: “Majestuoso Oriente, cuán apacibles son tus noches, cuánta magia destilas en el alma, cuantas delicias florecen para aquellos que adoran a Mahoma”.

Muy cerca de ese palacio se halla Sebastopol, que además de nombre de ciudad es el título de tres relatos de Tolstoi sobre la guerra de Crimea. “Tu primera impresión es de sumo desagrado: una extraña mezcla de la vida militar y civil, de la bella ciudad y el sucio campamento… Y puedes imaginar que todos tienen miedo, que la gente anda de un lado para otro sin saber qué hacer… Sin duda te decepcionarás cuando conozcas Sebastopol”.
Si bien, en tiempos de paz, Tolstoi se expresa de modo distinto: “La vida en Crimea era una fiesta permanente para Eugenio, además de ser instructiva y benéfica”.

Durante esa misma guerra se dio una imprudente e infructuosa carga de caballería por parte de seiscientos ingleses en la batalla de Balaclava. Muchos fueron masacrados por los rusos y su recuerdo quedó en el poema “La carga de la brigada ligera”, de Alfred Tennyson. 

“Cañones a su derecha, cañones a su izquierda, cañones delante de ellos… a las fauces de la muerte, a la boca del infierno, marcharon los seiscientos”.

La Yalta que buena parte del mundo conoce por la reunión en la que Stalin, Churchill y Roosevelt retrazaron el mapa de Europa, años antes fue escenario de un romance entre Dmitri Gúrov y Anna Serguéyevna, mejor conocida como “la dama del perrito”. Aunque está muy lejos de ser un sitio paradisiaco como las playas mexicanas, la gente de aquel lado del mundo encuentra sumo placer en tenderse en playas rocosas entre un gentío más denso que el de un hormiguero.

Es un sitio lleno de hoteles que antes eran sanatorios, pues un clima más benigno que el de Moscú o San Petersburgo lo convirtió en destino de tuberculosos, parturientas y demás enfermos. Era el remedio que recetaban los médicos a los ricos. En esta capacidad la mencionan una buena cantidad de escritores rusos, entre los que contamos a Dostoievski, Artsibáshev, Goncharov, Gorki y el propio Chéjov, quien, como buen médico, mandó varias veces a sus enfermos y personajes a Yalta, tal como nos cuenta en “La esposa”: “Seis meses después, sus colegas le diagnosticaron una tuberculosis incipiente y le recomendaron que se fuera a radicar a Crimea.”

Para los tiempos de El maestro y Margarita, los escritores soviéticos consideraban todo un lujo que el Estado les concediera una estancia de uno o dos meses en Yalta. Si bien, para cuando la novela se publicó, ya Nikita Kruschev en un gesto de noble borrachera había cedido Crimea a la República Socialista Soviética de Ucrania.


Mas hoy vemos que palo dado, Putin lo quita.

viernes, 14 de marzo de 2014

Pintura roja

A mucha gente le molestó ver a Peña Nieto en la portada de la revista Time. Sin embargo, hay que aceptar que después de doce años de pedalear una bicicleta estacionaria, ahora el país se está moviendo. ¿Adónde? Ya lo veremos. Y hay que aceptar, sobre todo, que la imagen de México en el mundo ha cambiado mucho en este último año, independientemente de que nos quede mucha ropa sucia que lavar en casa.

En noviembre de 2011 publiqué en estas mismas páginas un comentario titulado “Ya me aburrió hablar del narco”. En él contaba que al presentarme en cualquier ciudad para hablar de literatura, la gente terminaba haciéndome preguntas sobre el narcotráfico. Pues bien, ahora me preguntan otras cosas, y lo celebro. Claro que sigue habiendo novelistas y periodistas especializados en ese tema y cuyos libros tienen buen éxito en varios países, pero ya no todos somos portavoces de la violencia en México.

Muy mal hacemos al pensar que el orgullo nacional se sustenta en once iletrados. Como muy mal hace Brasil en empeñarse para organizar dos eventos deportivo–comerciales que al final solo van a dejar más de los clichés que les disgustan. Y un montón de deudas.

Por una ínfima fracción del precio podemos poner nuestra vista y la del mundo en lo mejor que siempre hemos tenido en México: el arte, la artesanía, la literatura, la cocina, la geografía, el clima y, sobre todo, la historia, que combina todo lo anterior y llamamos cultura. 

Pues algo hay que dejar claro: somos un país con pésima educación pero con gran cultura.

Por eso es muy importante que el Conaculta ya esté pensando en una acción mayúscula, como lo fuera hace cerca de veinte años la exposición México. Esplendores de Treinta Siglos. En ella estuvo involucrado Rafael Tovar y de Teresa, eran tiempos de gobierno priista, así es que ya se tiene la experiencia no solo de la organización, sino del buen resultado. La gente hacía largas filas por echar un vistazo a nuestro pasado que está presente. No había que inventarse un símbolo de nuestra historia como el espantajo de la Estela de Luz, porque los símbolos ya se habían construido, labrado, pintado y escrito a lo largo de esos treinta siglos. México estaba en la imaginación de la gente. La palabra “México” se pronunciaba con respeto, con nostalgia, como si se hablara de un paraíso que no se ha perdido.

Me consta, porque en esos días, viajando en bicicleta por Europa, la gente me daba un trato privilegiado. Los rostros se volvían cordiales en el momento en que decía cuál era mi país. La cerveza corría por cuenta del cantinero mientras me contaba la historia sobre sus padres que habían viajado a Acapulco en los años sesenta.


México no es como una cantante sin talento para que viva de la mala publicidad. Nos hace falta diseminar la auténtica cultura para disimular la narcoincultura. Los artistas y el arte están ahí. Los intelectuales y las ideas ahí están. Ahora hace falta el gran proyecto que restaure la imagen esplendorosa de México que ahora está oculta bajo una capa de pintura roja.

viernes, 7 de marzo de 2014

Periódicos

En alguna novela antigua puede encontrarse algún personaje que lee el periódico de cabo a rabo. Hay quien me ha dicho que su padre o su abuelo tenían esa costumbre. Esto es siempre una exageración. Ni aún en años remotos cuando un periódico tenía ocho páginas había quien lo leyera todo, incluyendo publicidad, aviso oportuno, cartelera de cine, la crónica de los toros, el recital de piano y la nota social.

Hoy no es raro encontrar ediciones que se aproximan a las cien páginas o las exceden. Por el tamaño del papel y restando imágenes, esto equivale a un libro de cuatrocientas páginas. Así, el periódico se vuelve una diaria ferretería de la que solo tomamos algunos clavos.

Pero hay que comprar la ferretería completa; imposible pedir al voceador solo la sección de editoriales o los monitos. Además, tampoco se sabe si uno se verá tentado a leer la última travesura del mocoso de moda o los dimes y diretes entre dos cantantes.

Cuando reviso periódicos de los años treinta, cuarenta o cincuenta en las hemerotecas, me siento en terreno seguro. Las noticias son noticias y también son sobrias. Por ejemplo, la muerte de Pedro Infante se reporta sin dramatismos ni necesidad de entrevistar a cientos de famosos para que digan una obviedad. No hace falta recordar toda su discografía y filmografía. Si Adolfo Ruiz Cortines envió sus condolencias, lo hizo sin intención de aparecer en la foto.

El trabajo de un historiador o novelista se facilita, pues en los periódicos del pasado encuentra esencia y no relleno.

En aquel entonces, nadie molestaba a los políticos corruptos. Hoy se les entrevista para terminar con encabezados como: “Niega el gobernador X vaciar las arcas del estado”. En ambos casos el lector ya sabía que su gobernante era un ladrón.

En aquel entonces toda noticia podía esperar hasta la mañana siguiente, así es que se corroboraban los datos. Hoy se tiene permiso de publicar cualquier rumor, pues no se dice “ocurrió tal cosa” sino “circula en medios sociales que ocurrió tal cosa”.

Si hoy leo un periódico, puedo enterarme de que un niño se tragó veinte Legos, una maestra de Detroit se acostó con un alumno, un alemán halló un armadillo en su maleta, en India se hundió una balsa y en Australia alguien crió un tomate de dos kilos. Tanta noticia que no es noticia.

Claro que en aquel pasado también existían  notas ociosas. Había en el aeropuerto un periodista de planta que reportaba los viajes que hacían ciertos personajes de sociedad, solos o con sus distinguidas esposas. Aunque creo que esto todavía se da en ciertos pueblotes.

Siempre hubo noticias culturales. Llegaron a ser suficientes para justificar una sección de cultura. Mas de un tiempo a la fecha, a golpes de natura, se empieza a confundir con la sección necrológica.

No sé si hoy la sección más fútil sea la de choques y atropellados, la de chismes o la deportiva. No me explico por qué alguien quiere seguirle la pista al embarazo de una actriz ni por qué otro que vio un partido de futbol en el televisor, al día siguiente quiere leer cosas como: “Fulano de tal empató al minuto veintisiete con certero remate de cabeza ante la infructuosa estirada del guardameta mengano.”


Tampoco me explico, amigo lector, por qué en vez de tomar aquel libro de Tolstói, llegó usted a leer estas líneas hasta el punto final.